La Vanguardia

Míster, aquí mando yo...

- Joaquín Luna

Los futbolista­s suelen dejar las cosas interesant­es para la jubilación, como si el ejercicio de la profesión incluyese la obligación de no decir nada interesant­e y recrearse en las naderías. Es una pena porque muchas veces parecen unos insustanci­ales.

¿Recuerdan a Antonio Cassano? No ha pasado a la historia del Real Madrid. A la historia oficial, se entiende. Una temporada y media (desde enero del 2006 hasta junio del 2007), 29 partidos, cuatro goles y un título de Liga. Venía del Roma y marchó a la Sampdoria.

Tenía 23 años, se perfumaba con talento, el gol y los pases de espuela se le suponían. Extraofici­almente le llamaban “gordito”. Los aficionado­s de más edad, “gordito relleno” (por el personaje del tebeo).

A Cassano, en eso hay coincidenc­ia, le gustaban las mujeres, y en Madrid hay muchas.

Era el Real Madrid de Fabio Capello, lo que descartaba los desajustes culturales a la hora de justificar su invisibili­dad en el equipo. El problema era más bien lo contrario: Capello lo conocía muy bien.

Esta semana, años después, Cassano ha hecho unas declaracio­nes a la Sky Sport italiana dignas de un tipo inteligent­e y honrado. “Perdí la cabeza, y cuando le faltas el respeto a Capello, él te deja fuera. Luego me dio otra oportunida­d. Hizo mucho por mí y yo poco por él”.

Hizo mucho por mí y yo poco por él. No es el tipo de frases habituales de un exfutbolis­ta sobre el entrenador que le aparta del equipo.

El fútbol, a diferencia de otros deportes de equipo, se juega colectivam­ente, pero muy pocas veces los egos se diluyen en un vestuario. A diferencia

Rara vez un ex dice de un entrenador lo que Cassano de Capello: “Hizo mucho por mí y yo muy poco por él”

de un tenista –que contrata y paga a su equipo–, el futbolista toma pocas decisiones. Se las toman los demás (Cruyff sólo hubo uno). Hay algo de acomodatic­io en el ascenso y auge del futbolista aunque a nadie le regalan llegar al Barça o al Real Madrid.

Con el tiempo, la mayoría de los duelos entre entrenador y jugador tienen el mismo veredicto: el míster tenía razón. Salvo Sarabia y Clemente en su día –barrunto que el empate sería el resultado justo–, uno recuerda pocos casos en los que la injusticia la cometiese el míster. Pienso incluso que Weisweiler, fugaz entrenador germano del Barça en 1976, hizo bien en tratar de imponer su criterio de la misma forma que el club estaba obligado a quitarle la razón para dársela a Cruyff.

Para rematar la confesión, Cassano se lamenta en la entrevista. “Mi gran remordimie­nto es no haber aprovechad­o con 23 años la oportunida­d de jugar en el Real Madrid”. He aquí el drama de fondo.

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POR LA ESCUADRA

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