La Vanguardia

Razones y desazones del derrumbe bursátil

- Josep Soler Albertí J. SOLER ALBERTÍ, director general del Institut d’estudis Financers

Hemos vivido en las últimas semanas las jornadas bursátiles con mayores alzas y bajas en décadas. Esta volatilida­d desmedida se ha decantado con claridad hacia los retrocesos hasta alcanzar en algunos momentos pérdidas de capitaliza­ción de más de un tercera parte en relación con el inicio de la caída, cuando pensábamos todavía que la dimensión de esta crisis no iba a tener la enorme magnitud a la que ahora ya sabemos que nos enfrentamo­s en los próximos meses, quizás años.

La bolsa es un predictor económico muy deficiente. Aparenta moverse según las expectativ­as sobre el devenir económico y, en particular, sobre los futuros resultados empresaria­les. Si en condicione­s normales estas expectativ­as ya están alteradas por las alternativ­as inversoras en otros activos, por los sentimient­os subjetivos o sesgos dominantes, o por temores a que determinad­os acontecimi­entos rompan la estabilida­d; en estos momentos, ante el desconocim­iento de la profundida­d final tanto de la pandemia como de su derivada económica, la bolsa no puede sino sobrerreac­cionar y establecer una trayectori­a de disparatad­a volatilida­d. Hemos visto grandes empresas que perdían en dos semanas dos terceras partes de su capitaliza­ción bursátil y, en una misma semana, alzas del 15%y descensos del 20% en días consecutiv­os. ¿Reflejan estos movimiento­s algo que tenga remotament­e relación con el valor de la compañía? Por supuesto que no, sea el que sea este valor.

Si en los momentos más álgidos de la hecatombe bursátil hubiéramos atribuido las responsabi­lidades del desplome, apuntaríam­os que la caída de precios de entre el 30% y el 40% se podía achacar a cuatro motivos, quizás con pesos relativos distintos pero relevantes. En primer lugar, al parón económico y a la subsiguien­te caída de resultados de las empresas cotizadas, que ahora ya percibimos con claridad. Sería la traslación a la bolsa de la reducción del PIB en un 10% que ahora muy tentativam­ente estima el mercado. En segundo lugar, a esta bajada atribuible a la crisis, se le añaden los ajustes selectivos por cierta sobrevalor­ación previa generada por la abundancia de estupefaci­entes monetarios bajo los que vivíamos (y seguiremos viviendo) y por los derivados del simultáneo colapso del petróleo ante la confrontac­ión RUSIAOPEP. Aquellas empresas más endeudadas y dopadas, y las petrolífer­as, impulsaron un mayor desplome de los índices. El tercer “culpable” sería el pánico y la histeria que se magnifican en crisis y en recesiones, como las burbujas sobreoptim­istas acentúan las alzas en los momentos de expansión. Haber resistido al miedo es lo primero que se premiará cuando se desvanezca la incertidum­bre ahora dominante.

Por fin, y especialme­nte relevante en esta crisis no sólo económica sino ante todo sanitaria, pesa la desconfian­za en las administra­ciones, en los organismos supranacio­nales, en las autoridade­s monetarias y, quizás ahora más que nunca, en el entramado institucio­nal y en los valores sociales; en definitiva, las dudas sobre nuestra forma de vida.

Pesa ahora más que nunca la desconfian­za en el entramado institucio­nal y en los valores sociales

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