Pionero del realismo social
ANTONIO FERRES (1924-2020) Escritor
Practicar el realismo social durante el franquismo fue una decisión tan corajuda como suicida, señalar la desnudez de un emperador sanguinario, entrar en un edificio en llamas en traje de baño. A una majadería tan necesaria se entregó Antonio Ferres, miembro de esa generación de los 50 que agrupó nombres como Armando López Salinas, Jesús López Pacheco, José Manuel Caballero Bonald, Rafael Sánchez Ferlosio, Luis Martín-santos, Ignacio Aldecoa o Juan Eduardo Zúñiga (también recientemente desaparecido), a la que se menospreció bajo el calificativo de Generación de la berza, a la que se silenció y se ignoró de forma sistemática, un colectivo ético, crítico y combativo, hijos malditos de la guerra civil y de la posguerra, productos todos de “un gran naufragio”, en palabras del escritor, fallecido en Madrid, a los 96 años.
Antonio Ferres no perdía oportunidad de señalar que había nacido en un año tan agoreramente surrealista como 1924, cuando André Breton publica el manifiesto con el que arranca el movimiento liberador del subconsciente. Ingeniero técnico de formación, empezó trabajando en el Laboratorio de Materiales del Ministerio de Obras Públicas, donde ya asomó su temperamento combativo al secundar una huelga que le costaría el despido. Tan insobornable es su militancia de izquierdas que acabaría también expulsado del Partido Comunista de España por sus desacuerdos con la linea oficial, que tildó de blanda. A partir de entonces canalizó sus principios y su ánimo denunciativo a través de la literatura, obteniendo el espaldarazo del Premio Sésamo de Cuentos de 1958 con Cine de barrio, si bien es al año siguiente que cristaliza la novela por la que será recordado, una de las cimas de la narrativa realista española, La piqueta, finalista del premio Nadal. Capaz de escapar de forma incomprensible al cedazo censor, la novela –recuperada por el sello Gadir en el 2009– retrata la miseria consustancial al barrio de Orcasitas, un concentrado insalubre de chabolas en el extrarradio de Madrid (ubicado en el distrito de Usera, la zona descrita abarca sobre todo lo que hoy conforma el Parque de Pradolongo),
donde centenares de familias de inmigrantes procedentes Andalucía y Castilla-la Mancha se encuentran inmersas en una desesperada lucha por la supervivencia, ahí donde habían confiado edificar un relato de dignidad y estabilidad.
Aquel éxito fue un espejismo cruel pues la maldición de la generación del naufragio no tardó en cernirse sobre la vida y obra del autor. Sus siguientes novelas empiezan a ser ninguneadas por la crítica o directamente prohibidas y el hambre, el miedo a la cárcel y a los fusilamientos lo fuerzan a emprender el camino del exilio junto a su esposa y su hija en 1964, recalando primero en Francia, luego en EE.UU. –donde ejerce de profesor en la Universidad de Northern Illinois–, México y Senegal, no regresando a Madrid hasta 1976.
Ferres no dejó de escribir, pese al desaliento de vivir por sistema “a destiempo” y no encontrar nunca a un grupo mayoritario de lectores, porque la defensa del derrotado y la condena de la injusticia estaban por encima de cualquier gloria personal.