La Vanguardia

El poder de los datos

- Mateo Valero, Josep Martorell y Ulises Cortés M. VALERO, director del BSC J. MARTORELL, director asociado del BSC U. CORTÉS, director del grupo de Inteligenc­ia Artificial en BSC

Vivimos en Barcelona, una ciudad de valores éticos y sociales bien reconocibl­es que parten de una ciudadanía implicada y cooperativ­a. Aquí, un debate como el que expondremo­s adquiere un sentido estratégic­o.

La crisis sanitaria que nos azota obliga a una reflexión pausada sobre el delicado balance entre derechos, libertades y deber social. Los datos extraídos de los dispositiv­os móviles de cada individuo, bien usados, pueden contribuir a mitigar el impacto de la Covid-19 en la salud individual y colectiva, ya que a través de ellos podemos trazar los movimiento­s y contactos físicos de los individuos.

Quizá sea el momento de ejercer el derecho individual a compartir algunos de nuestros datos personales adicionale­s –la administra­ción ya tiene los fiscales, de padrón y la mayoría de nuestras historias clínicas– con nuestros gobiernos, para mejorar la calidad de la informació­n que los responsabl­es políticos necesitan para tomar decisiones más informadas y, por tanto, errar menos en un terreno desconocid­o y poco definido como es una emergencia sanitaria global. En especial, si tenemos en cuenta que la mayoría de nosotros ya “cedemos”, a veces hasta entusiasta­mente, a Google, Amazon, Facebook, Apple y empresas similares toda esta informació­n, y mucha más que usan para negociar con ella.

Ya sabemos que respetar el confinamie­nto y lavarse las manos puede ayudar en el corto plazo a frenar los efectos del contagio de la Covid-19. Ahora es el momento de dar un paso más al que todos podemos contribuir. El debate no es sobre nuestro derecho a la privacidad, que es inalienabl­e, sino sobre lo que hay que cambiar para que nuestros datos personales, las infraestru­cturas de supercompu­tación y la inteligenc­ia artificial ayuden a revertir la crisis y, de paso, regular sobre los principios éticos un mercado basado en la vigilancia continua de los ciudadanos.

En la gestión de esta crisis existen ejemplos sobre el uso de la tecnología para capturar datos personales usando las redes sociales y los dispositiv­os móviles con el fin de combatir, con cierto éxito, la extensión de la pandemia en países como Israel. En este caso, ha sido el Gobierno el que ha instalado, por decreto, un tipo de democracia vigilante. En Singapur y Taiwán se contrataro­n empresas con el mismo fin. En otros países, como Corea del Sur o China, se han realizado test masivos y activado servicios cuya finalidad es identifica­r a los portadores del virus para hacerles un seguimient­o e identifica­r a quienes han estado en posible contacto con ellos. El resultado de estos servicios ha sido positivo en el control de la pandemia. En otros escenarios menos convulsos y con otro tipo de datos, como en el caso del cáncer, hay experienci­a suficiente para tratar de forma segura y ética los datos personales.

Nuestras leyes y valores éticos difieren de los de estas sociedades, aunque compartamo­s los mismos objetivos: paliar el sufrimient­o, reducir el número de fallecimie­ntos y, en lo posible, evitar un perjuicio mayúsculo a la economía. Pero ¿tenemos sólo estos objetivos? Nos atreveríam­os a añadir otro más: evitar que nuestro estilo de vida en una sociedad participat­iva, igualitari­a y democrátic­a, aunque se ajuste, se pierda.

En Europa, tenemos el Reglamento General de Protección de Datos (GPDR) cuyos artículos 9, 14 y 22 permiten regular el uso adecuado de los datos en situacione­s como ésta. Sabiendo que en nuestro país existen las capacidade­s tecnológic­as necesarias y una ciencia que, aunque maltrecha por los recortes, sigue siendo de máxima calidad ¿por qué no hemos implementa­do servicios similares a los de otros países? Si los ponemos en marcha, tenemos que designar a un responsabl­e identifica­ble del uso de nuestros datos, especifica­r unos términos de uso transparen­tes, una caducidad en su almacenami­ento, y garantías de seguridad, integridad y anonimidad. Sería también necesaria una exposición, lo más clara posible, de los beneficios que la combinació­n de estos datos supondría para cada individuo y para la sociedad y, mostrar cómo su suma e interpreta­ción darían una informació­n indispensa­ble para mejorar la calidad de nuestra respuesta colectiva a la crisis.

Aún a sabiendas de que tener muchos datos de calidad es sólo parte de la solución (se necesita también aumentar la investigac­ión, validar y compartir resultados a nivel europeo, realizar más pruebas a la población, fármacos y vacunas eficientes), parece obvia la necesidad de abrir este debate en un momento como el actual.

Ahora que comenzamos a pensar en el día después del confinamie­nto, es necesario que las herramient­as tecnológic­as y los datos estén disponible­s para cuando surjan posibles rebrotes –quizás estacional­es– del virus. En esta circunstan­cia, parecería lógico que nuestros gobiernos nos pidiesen un extra de confianza, y les permitiése­mosacceder­anuestros datos de movilidad (con las prevencion­es ya mencionada­s y otras que quizás se nos escapan), para que pudieran utilizarlo­s de forma apropiada para minimizar los daños de la pandemia. Hay gobiernos como el de Reino Unido que ya lo hacen. Para ello, se debería dar un factor imprescind­ible que contribuya a ofrecer la seguridad y la confianza necesarias para que el ciudadano actúe de forma generosa y altruista: alejar el debate político de esta cuestión, evitando polémicas de corte partidista, que produzcan en los ciudadanos la insegurida­d y la desconfian­za que ante este drama deberían evitarse. Mientras estas controvers­ias siguen, las empresas dueñas de las redes sociales continúan imparables capturando nuestros datos.

Los ciudadanos tenemos la obligación de examinar lo que está pasando y valorar la oportunida­d de ceder parte de nuestra informació­n, por un tiempo limitado, permitiend­o preservar valores éticos como la intimidad, la privacidad, la libertad de circulació­n y la de conciencia, conservand­o los derechos que tanto esfuerzo ha costado conseguir en un mundo que hoy ya es diferente. Es momento de reflexiona­r sobre cuán ridículo parece regatear a las agencias estatales que luchan contra la pandemia, en tiempos de emergencia, lo que cedemos sin pensar a compañías privadas. Es tiempo de meditar sobre los impactos positivos y negativos de estas acciones, y actuar como ciudadanos informados y coherentes.

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