Distancia de rescate
Tras la cancelación de actos y presentaciones previstas para las próximas semanas, el mundillo cultural ha buscado alternativas virtuales y virtuosas. Se les ha ido un poco la mano. En apenas dos días había tanta oferta, que el escritor Juan Pablo Villalobos comentaba en Twitter: “He pasado la tarde calculando el tiempo que me tomaría leer todos esos libros que recomiendan, ver todas esas películas y series, escuchar esos podcasts y conciertos en vivo, y me salen 420 años. ¿Es broma, o saben algo que yo no sé sobre la verdadera duración de la cuarentena?”. Y yo que creía que el confinamiento me brindaría la calma necesaria para dedicarme a las lecturas pendientes y escribir un poco. Pues no.
El lunes por la tarde, Alessandro Baricco tiene por streaming la conversación prevista en el CCCB con Jorge Carrión. Me conecto a las seis y media, y empieza puntual como un telenoticiario (de hecho, en la pantalla había una cuenta atrás). Es el primer día de teletrabajo en el país, Netflix saca humo, y la gran pregunta es si la red aguantará. Carrión dice que el concepto de viralidad ha vuelto a su origen –el biológico–, tras décadas refiriéndose a la informática. Y es paradójico que, en este regreso al cuerpo, los ponentes se comuniquen a través de una pantalla.
Precisamente en
The Game, publicado por Anagrama, Baricco habla de lo imprescindibles que se han vuelto ordenadores, smartphones y otros dispositivos que han cambiado la concepción de la realidad, y nuestra relación con ella, en sólo tres décadas. El objetivo es hacerlo todo más fácil. Pero implica una trampa, pienso al recibir el Whatsapp de una amiga argentina: que nos tomamos el mundo como si fuera un videojuego. Y el cataclismo (sobre todo si es mundial) nos resulta poco creíble, porque suele formar parte de la ficción. En Buenos Aires están igual que nosotros hace una semana. Le digo a mi amiga que no salga de casa, pero entiendo la dificultad de hacerse una idea de lo que les espera.
Para Baricco, el Covid-19 es el prólogo de la gran emergencia del siglo: la climática. Las emergencias siempre cambian las reglas de la democracia, advierte. En efecto, si el XX fue convulso, el XXI no da visos de que vaya a conseguir el equilibrio: arrancó su primera década con el ataque a las Torres Gemelas, la segunda con el descalabro de Lehman Brothers. Y en cuanto hay una nueva alarma, olvidamos las anteriores, como el terrorismo o la crisis de los refugiados.
Esta semana se confirmaba que el 23 de abril no se celebrará Sant Jordi, y enseguida apareció la cuenta @Santjordiacasa, que publica los rincones donde trabajan los autores; el escritorio de Álvaro Colomer está impoluto, mientras que en el de Melcior Comes, por alguna razón, hay tres pantallas, dos ratones y tres teclados, puestos de cualquier manera, en un batiburrillo de fotos, dibujos, libros, papeles, cedés y cables (él dice que tal vez aproveche para poner un poco de orden). Últimamente vemos el hogar de muchas personas, a través de los balcones y también de esa ventana indiscreta que es la cámara de nuestros dispositivos. Desde la colección de guitarras que tiene de fondo un experto, hasta un mueble destartalado en el salón de una tertuliana, pasando por el caótico comedor de una cantante o la cama de una periodista, la exomidad ha alcanzado un nuevo grado: ya no sólo se exhibe la intimidad de las emociones, también de los interiores domésticos, incluido el pijama.
Pero hay más. El ilustrador Oriol Malet destaca que en las videoconferencias se da un fenómeno que considera grave: la manía de autoenfocarse en contrapicados faciales, y poner en primer plano los agujeros de la nariz, papadas y encías. Me pregunto si será el caso de Eva Baltasar. El miércoles presenta Boulder (Random House/ Club Editor), libro que forma parte del tríptico iniciado con Permagel. Me cuesta un poco conectarme al Live de Instagram de la editorial, que emite la charla que la autora debería de haber tenido con Lucía Lijtmaer en la librería madrileña Tipos Infames. A Baltasar, desde su casa en Cardedeu, tampoco le resulta fácil invitar a Lijtmaer a la conversación porque, como yo, es la primera vez que utiliza el directo de esta aplicación (bueno, en su caso es la primera vez que entra en Instagram). Somos de otra época, mucho más tangible. Y hay cierta ironía en el hecho de que el tacto, lo físico, sea un tema recurrente en su literatura, junto con la maternidad y la dificultad de comunicarse.
Se congela la imagen. Intento recuperar la charla al cabo de un rato, pero se detiene en el mismo punto. Veo que la poeta Anna Gual está en directo. ¿Participará en el Poesiafest40, donde hay autores como Lluís Calvo, Estel Solé, Dolors Miquel y Carles Rebassa? Sí, pero su intervención está programada para el día siguiente. Ahora lee Píxel a l’espera ,de Símbol 47 (Labreu). Luego, el poema Síndria. Y el último del libro, Blat i ordi. Cuando acaba, da paso a Gerard de Pablo, del grupo Pantaleó, que toca una canción. La pantalla se llena de corazones. La escritora Elvira Navarro recordaba recientemente la primera novela de Samanta Schweblin. Su título es exacto: Distancia de rescate. La red nos salva, de momento. Tendremos que acostumbrarnos.
Para Alessandro Baricco, el Covid-19 es el prólogo de la gran emergencia de este siglo: la climática