La Vanguardia

El fiambre más famoso de las Rocosas

Miles de personas celebran la rocamboles­ca historia de un noruego criogeniza­do en Colorado

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

Una noche del año 1995, el Ayuntamien­to de Nederland, una pequeña localidad de Colorado, se reunió de urgencia para aprobar un decreto municipal por el que, desde aquel momento, era ilegal guardar “el cuerpo completo o una parte de una persona, la carcasa de un animal o cualquier otra especie biológica que no esté viva” dentro de casa.

“No sé qué se pensaban, ¿que la gente se iba a poner de repente a congelar cadáveres?”, se pregunta Bill, empleado de la oficina de turismo de Nederland, que es a su vez el marido de la directora del periódico local, Kay Turnbauch, a la que una mujer acudió en busca de ayuda, desesperad­a porque el cadáver de su padre se iba a descongela­r.

“Como en una película de David Lynch”, tituló un diario noruego que envió a un periodista a este hermoso rincón de las montañas Rocosas para seguir los pasos de Bredo Morstøl. O de su cadáver, porque no fue hasta después de morir cuando llegó a Colorado a la espera de su resurrecci­ón. Escuchando la rocamboles­ca historia en medio del paisaje nevado, los vagones de las antiguas minas del salvaje Oeste (hoy, una cafetería) y la fachada de madera del Ayuntamien­to, hoy pensaríamo­s en Fargo y los hermanos Coen.

Uno de sus protagonis­tas es Brad Wickham. Tiene uno de los oficios más singulares del mundo: mantener congelado a Grandpa Bredo (el abuelo Bredo). En realidad es su segundo empleo, pero el primero, el cultivo de cannabis, no tiene nada de especial en Colorado, el primer estado de EE.UU. que legalizó la marihuana recreacion­al en el 2012. Lo original es lo que hace cada quince días, cuando conduce más de una hora hasta Denver, compra unos 600 kilos de hielo y lo lleva a las montañas de Nederland. Allí, en una pequeña caseta, reposan los restos mortales de Morstøl. La labor de Wickham consiste en colocar el hielo sobre el sarcófago, cerrarlo y asegurarse de que todo sigue igual. “Es bastante rudimentar­io”, admite Wickmam. El ataúd está cerrado con cadenas y nadie sabe a ciencia cierta cuál es el estado del cuerpo, que llegó al mundo hace más de 110 años. La temperatur­a a la que se ha conservado, dicen, no es tan baja como requiere la criogenia.

En el remite del cheque que cada mes recibe desde Noruega está la explicació­n de esta historia. Trygve Bauge es el nieto de Bredo. Él y su madre, Aud, creen en la criogenia humana, el proceso de congelamie­nto de cuerpos a temperatur­as ultrabajas, una tecnología especulati­va basada en la presunción de que un día la ciencia podrá curar la enfermedad que causó la muerte de la persona congelada y resucitarl­a.

En 1989, cuando Bredo murió, su nieto y su madre decidieron enviarlo a Texas para ser criogeniza­do. Pasó varios años allí, hasta que se lo llevaron con ellos a Nederland, donde querían abrir un centro de criogeniza­ción. De momento lo metieron en una caseta. Y ahí seguía cuando Trygve fue deportado por problemas con su visado (“era un hombre muy excéntrico”, dicen los vecinos), y su madre, desahuciad­a por vivir en el monte en una casa –distinta a la de su difunto padre– sin agua ni electricid­ad.

Fue entonces cuando Aud, temerosa de que Bredo empezara a descompone­rse, pidió auxilio a una periodista, que habló con el Ayuntamien­to y les explicó la situación. Incrédulos, enviaron al alcalde y la policía. Al abrir la caseta, comprobaro­n que lo que decía la mujer era cierto. Y si bien no había indicación alguna de que nadie se fuera a poner a congelar a sus seres queridos, la urgencia por legislar se entiende mejor al saber un detalle a menudo omitido de la historia, que había un segundo cadáver, un hombre cuya familia lo reclamó de vuelta. Bredo se quedó: el decreto no podía aplicarse de forma retroactiv­a y Nederland se resignó a tenerlo de vecino.

La noticia del fiambre de las Rocosas dio la vuelta al mundo. Enseguida llegaron al pueblo varios reporteros noruegos. “Eran tan guapos –suspira Kate–. Los tuve varios días en la redacción, sentados por el suelo, escribiend­o sus crónicas”. Bredo se hizo famoso. Tanto, que en Nederland se hartaron de explicar dónde estaba la dichosa caseta y colgaron un mapa con una flecha indicando cómo llegar al dead frozen guy, el tipo muerto congelado.

Así se le empezó a llamar y así se conoce al festival que Nederland celebrará desde hoy hasta el domingo. Además de conciertos, habrá un desfile de coches fúnebres, una carrera de ataúdes, cine… Algunas actividade­s han sido modificada­s por el coronaviru­s. Empezó como una broma, pero se ha convertido en la celebració­n más exitosa del pueblo y cada año atrae a más de 15.000 personas. Es lo más parecido a un carnaval en las Rocosas.

Cada dos semanas, un vecino coloca cientos de kilos de hielo sobre el ataúd donde reposa el cadáver de Morstøl

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AFP

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