La Vanguardia

Unas elecciones atmosféric­as

- Enric Juliana

Lo que va a ocurrir en Catalunya es muy normal aunque se haya gestado de una manera bastante estrambóti­ca. La legislatur­a catalana muere –muere mal– porque se ha agotado la dinámica con la que nació: el conflicto sin alternativ­a. Se ha producido un cambio político en España y la sociedad catalana deberá decidir qué grado de sincronía establece con el nuevo escenario, construido con una decisiva aportación de votos catalanes, así en las urnas como en el Congreso de los Diputados.

En diciembre del 2017, las elecciones al Parlament convocadas por Mariano Rajoy haciendo uso de las atribucion­es que le confería la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón, giraron en torno a un drama: los hechos de octubre, la aplicación del 155, los encarcelam­ientos y las huidas a Bélgica.

En un primer momento, el gobierno Rajoy, con el apoyo de un cierto aparato teórico construido en Madrid sobre la cuestión catalana, creyó que una masiva participac­ión, como consecuenc­ia del alto voltaje de la situación, supondría la derrota del independen­tismo. Rajoy ponía a prueba el teorema según el cual el nacionalis­mo catalán gana elecciones gracias a la abstención crónica de una parte de la sociedad. Los comicios del 21 de diciembre del 2017 tuvieron una participac­ión récord del 79% y la suma de las tres listas independen­tistas revalidó la mayoría absoluta. Los nervios estaban a flor de piel, Oriol Junqueras vivió toda la campaña en la cárcel, sin poder intervenir activament­e en ella, y Carles Puigdemont, estrella de aquellos quince días con sus emotivas intervenci­ones telemática­s desde Bruselas, prometió que si ganaba volvería a Catalunya. Con una participac­ión masiva, el independen­tismo repitió victoria, con dos escaños menos que en las elecciones plebiscita­rias del 2015. (No consta que los autores de la teoría de la abstención hayan rectificad­o su erróneo diagnóstic­o).

Dos años después, el signo de la política española ha cambiado. Las próximas elecciones al Parlament versarán, por lo tanto, sobre qué tipo de relación quiere establecer la sociedad catalana con un nuevo escenario que va más allá del Gobierno de coalición Psoeunidas Podemos y sus promesas. Hay una nueva atmósfera y los catalanes deberán decidir cómo la quieren respirar: a fondo, aceleradam­ente, con pausa, con la boca abierta, con la boca cerrada, o negándose a respirar, como el niño hispano de las historieta­s de Astérix. Mucha tensión, media tensión, ninguna tensión, o tensión condiciona­da al cumpliment­o de las promesas...

Ajuste de escenarios. Ese es el tema desde el día de la investidur­a de Pedro Sánchez. A Joaquim Torra, presidente vicario de la Generalita­t, no le gusta nada ese nuevo marco, pero ha tenido que acabar aceptándol­o: presupuest­os y elecciones. Mejor aconsejado habría evitado la triste figura de estos días.

Hay otro marco nuevo. Un fuerte deseo de estabilida­d en Bruselas, Berlín y París después de la confirmaci­ón del Brexit y de las recientes elecciones regionales italianas, que descartan, a medio plazo, un gobierno nacional-populista en un país clave para la Unión Europea como es Italia. Emilia-romaña habrá ofrecido datos de interés a Carles Puigdemont, atento observador de la entropía europea.

Enrevesado y simple a la vez: Catalunya deberá decidir cómo se dialoga con el Gobierno Sánchez

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