La Vanguardia

Cerdos en las Bahamas

- Julià Guillamon

El otro día, mirando un documental en televisión, descubrí que en una isla de las Bahamas vive una piara de cerdos salvajes. La leyenda urbana (en el caso de las Bahamas debería ser la leyenda marítima) es que después de un naufragio, los gorrinos quedaron libres y que llegaron a nado hasta esta isla, que es una maravillos­a isla de vacaciones con un mar color de aguamarina y una arena finita de aquella que se pega blanca en las nalgas morenas. Cuando me enteré pensé en mi amigo el artista Rafel G. Bianchi, que desde hace años tiene una pieza en cartera, un recortable de papel, con muchos personajes, del accidente de un camión de cerdos. Me encanta la idea: desde pequeño me impresiona­n los camiones de transporte de ganado, con las patas y los hocicos que sobresalen un poco de la caja. La obra del Rafel puede ser una gran pieza apocalípti­ca y liberadora. En el documental, las cerdas, con los cerditos, mueven el culo por la playa, hurgan en el suelo, crían entre las palmeras y los palmitos y se han convertido en una atracción turística. Nadan bastante bien, con las cuatro patas, como los perros, y a los turistas les gusta nadar junto a ellos y sacarse selfies. “Hemos ido a las Bahamas y, no te lo vas a creer, tienen unos cerdos salvajes muy simpáticos”. “¡Qué me dices! ¿Unos cerdos?” “Sí, y había una pequeña monísima a la que llamábamos Peggy”.

He tenido la idea de hacer una película sobre el tema y, como no tengo pretension­es, desde aquí ofrezco el argumento a The Walt Disney Company, por si les resulta de utilidad. Saldrán tres mamás cerdas y siete u ocho retoños. Y un papá cerdo, bonachón, que no tendrá aquellas pelotas tan enormes que llevan tras las ancas los cerdos de verdad. Todos tendrán unos ojazos blancos y redondos, esos ojos de ordenador que lo mismo sirven para hacer una abuelita como para hacer un pez. Hala,

“Hemos ido a las Bahamas y, no te lo vas a creer, tienen unos cerdos salvajes muy simpáticos”. “¡Qué me dices!”

¡todos con los mismos ojos! Habrá dos o tres cerditos rosas, uno blanco y dos o tres manchados, como los caballos de los indios. Vivirán felices, nadando entre algas desmelenad­as, peces rayados, de color de segunda equipación de fútbol, y pulpos de color de unicornio cuqui. Colaborará­n con los turistas, de manera holística, para eliminar los microplást­icos.

Entonces llegará la Bahamas Inc. con sus topógrafos. Empezarán a tomar medidas para construir dos hoteles, un casino, un Ferrarilan­d y cuatrocien­tas casas adosadas. ¡Es la destrucció­n del hábitat de los cerdos y de los turistas! Que se pondrán de acuerdo y cuando lleguen nuevos barcos grises de la Bahamas Inc. los atacarán con planchas de surf y a golpe de morro, hasta que consigan hundir uno. Será una lucha desigual en la que participar­án todos los animalitos y también los microplást­icos, que se habrán vuelto buenos. Al final, los barcos huirán de la isla. Las excavadora­s del barco hundido quedarán libres y nadarán hasta la costa, donde tendrán excavadori­tas, que convivirán en simbiosis con cerdos y turistas. Mientras pasan los títulos de crédito se oirá el tango Cambalache de Enrique Santos Discépolo, aquel que dice “El mundo fue y será una porquería, en el 506 y en el 2000 también”, en la versión de los Gipsy Kings.

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