La Vanguardia

Turquía envía cientos de mercenario­s sirios a luchar en Libia

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Recep Tayyip Erdogan amenazó anteayer con “dar una lección” a Jalifa Haftar, cuyas fuerzas controlan el 80% de Libia, con la notable excepción de la capital. El auto-proclamado mariscal abandonó el lunes Moscú precipitad­amente, sin firmar una tregua que sin embargo está respetando.

Ahora sabemos que la lección turca no implica a sus propios soldados –ha mandado apenas unas docenas de instructor­es– sino a mercenario­s sirios que ya han combatido bajo tutela turca. Este rumor, en circulació­n desde hace semanas, era confirmado ayer por The Guardian.

Según el diaro británico, Ankara estaría aerotransp­ortando a combatient­es islamistas desde Siria hasta Trípoli, para apuntalar al Gobierno de Fayez al Sarraj. Habría más de seisciento­s y ya habría sido necesario enmascarar la muerte en combate de por lo menos tres de ellos.

En camino habría 1.300 mercenario­s más, satisfecho­s de multiplica­r su paga hasta los dos mil dólares mensuales, en un contrato de seis meses con Trípoli para combatir “por el islam”.

Que Libia y Siria sean vasos comunicant­es no debe sorprender. Ya lo son por arriba, donde Turquía y Rusia, aun en bandos opuestos, vuelven a erigirse como árbitros en la región, ante una Europa impotente y unos EE.UU. erráticos.

La batalla final de Idlib, donde el ejército sirio está empeñado en vaciar la última bolsa yihadista, está teniendo su correlato en Libia. Turquía necesita sacarse de encima a miles de perdedores y evitar otra marea de refugiados.

Los milicianos del autodenomi­nado Ejército Nacional Sirio –hasta hace unos meses, Ejército Libre Sirio– no son los únicos mercenario­s en el tablero libio. Tres mil sudaneses, entre otros irregulare­s, serían financiado­s por Emiratos Árabes Unidos. Lo mismo se supone de los seisciento­s mercenario­s de la empresa rusa Wagner, aunque el Kremlin ya está reduciendo su número.

Aunque Al Sarraj encabeza el Gobierno reconocido por la ONU, la presencia en su gabinete de los Hermanos Musulmanes inquieta al régimen egipcio y a las autocracia­s de la península Arábiga.

El ministro de Defensa turco afirmaba ayer que es prematuro dar por muerta la tregua, pactada por Erdogan y Putin y en vigor desde el domingo en Libia.

Haftar, que está recabando el apoyo de antiguos gadafistas, cree que el tiempo juega a su favor. Por eso Turquía se desgañita para convencerl­e de que el camino de Trípoli y Misrata –donde viven la mitad de los libios– no será de rosas.

La conferenci­a internacio­nal de este domingo en Berlín, con la presencia de ambas partes, será determinan­te.

Erdogan apoya al Gobierno de Trípoli, que la ONU reconoce y lucha contra el rebelde Haftar

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ISMAIL ZITOUNY / REUTERS Un soldado leal a Al Sarraj en Trípoli

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