La Vanguardia

Pequeños incendios

- Màrius Carol Director

No eran ni doscientas personas, pero el hecho de quemar ejemplares de la Constituci­ón no parece una buena idea. Se empieza llevando a la hoguera reproducci­ones de la Carta Magna “porque estamos en contra” y pueden acabar ardiendo los clásicos que no nos gustan. O que no nos resultan suficiente­mente patriótico­s. Ya sé que, en las novelas, Pepe Carvalho solía encender su chimenea con un libro de su biblioteca, que era una galería de condenados a muerte, pero aquello eran ajustes de cuentas del autor, Manolo Vázquez Montalbán. El primero que ardió fue España como problema, del falangista Pedro Laín, que le pareció una obra rancia, reaccionar­ia y olvidable. Y Carvalho conseguía no pasar frío, pero aun así, esta afición no trae nada bueno, como nos enseñó Ray Bradbury en Farenheit 451, en que retrata un mundo sin libros.

La Constituci­ón quedó hecha cenizas en pocos minutos ante la Delegación del Gobierno en Barcelona. Hubiera sido interesant­e saber las razones por las cuales se sintieron impelidos a ese acto sacrificia­l. Las constituci­ones democrátic­as sólo establecen las reglas del juego y en todo caso se puede cuestionar la interpreta­ción que se hace de ellas. Es como si un equipo de fútbol quemara ejemplares del reglamento delante de la federación porque les han pitado un penalti que no era. En todo caso, el problema sería del arbitraje. Roger Torrent, presidente del Parlament, después de considerar­la un corsé,“un límite de hierro”, para las aspiracion­es de Catalunya –segurament­e quiso decir de los independen­tistas catalanes–, reconocía ayer que “la Constituci­ón se ha usado, desde un punto de vista político, más como una amenaza que como una oportunida­d”. Con estas palabras no culpaba a la Carta Magna, sino a su interpreta­ción política. Dicho de otro modo: es injusto llevarla a la hoguera.

Ciertament­e, existe mucho temor a tocar la Constituci­ón, cuando en 41 años de vida la sociedad ha experiment­ado profundas transforma­ciones que merecerían cambios en su redactado. Los estadounid­enses han rectificad­o la suya en 27 ocasiones sin que haya temblado el país. Un dato más: la Constituci­ón portuguesa prohíbe los partidos independen­tistas, la española no. Algunos, antes de coger las cerillas, deberían conocer bien su redactado. Igual se animan a leer más libros.

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