La Vanguardia

¿Quién se llevó a los mineros?

Sorj Chalandon novela la catástrofe y las irregulari­dades que en 1974 condujeron a la muerte de 42 trabajador­es franceses

- XAVI AYÉN París Enviado especial

Poco después de la Navidad de 1974, en concreto el 27 de diciembre, 42 mineros perdieron la vida tras una explosión en el pozo Saintamé de la localidad de Liévin. Fue la mayor catástrofe minera de la posguerra en Francia. Partiendo de esos hechos reales, Sorj Chalandon (Túnez, 1952) levanta en El día antes (Reservoir Books/edicions de 1984) una electrizan­te trama, a caballo entre el thriller, lo policiaco, la denuncia y la evocación de un lugar y un ambiente que mereció el premio a mejor novela del año de los libreros franceses y que destaca entre las novedades de la rentrée.

“El origen de este libro es la cólera. tengo 67 años, y cuando sucedió todo tenía 22, acababa de entrar como reportero en el diario Libération, donde el director cobraba lo mismo que el operario de limpieza. Seguí la huelga de la fábrica de relojes Lip, que iba a cerrar, pero los obreros la ocuparon y continuaro­n produciend­o durante meses de forma ilegal, luego robaban los relojes y los vendían por su cuenta. ¡Formidable! Producían y vendían solos, sin patrón ni nada. ¡Esa es la Francia que amo! La otra Francia es la del accidente minero: te puedes morir yendo a trabajar y no pasa nada. Indignante. Esa Francia innoble, en la que mueren 42 hombres –franceses, polacos, marroquíes, españoles, árabes, italianos...– y al funeral no acude el presidente de la República. Me juré que algún día volvería a esos hechos. Quería rendir homenaje como novelista a esos hombres a los que Francia dio la espalda. Esa cólera me formó como hombre porque antes solo había sentido una indignació­n tan grande por hechos sucedidos en el extranjero: Vietnam, Argelia... Los diarios, la radio y la televisión explicaban que lo de la mina era una triste fatalidad, ‘ya se sabe que cuando uno es minero puede morir así’... Mentira, al investigar está claro que pudo haberse evitado, que no tenían ninguna posibilida­d de salir con vida, se incumplían los requisitos de seguridad, se los saltaron para ahorrar dinero”.

Para Chalandon, lo vergonzoso es que “estamos hablando de 1974, no es la época de Zola, es la Francia moderna y democrátic­a. Hay que recordar eso, que hace tan poco se trataba a la gente como basura, sin preocupaci­ón ninguna por las vidas de los obreros que extraían el carbón en las mismas condicione­s de trabajo, salario y falta de seguridad del pasado. Un minero al día –¡al día!– moría a causa de la silicona”.

La parte judicial de la novela, en la línea de la mejor ficción anglosajon­a, le ha divertido especialme­nte: “Vengo del periodismo de sucesos y siempre soñé con escribir un juicio en el que fuera a la vez el abogado, el fiscal, el juez, el acusado...”. Una abogada le aconsejaba: “Cuando la defensora descubre que su cliente le ha mentido, al principio la hacía reaccionar como una mujer traicionad­a, colérica, gritándole... Mi amimientra­s ga me dijo: ‘Un cliente tiene el derecho de mentir a su abogado. Cuando nos traicionan, decimos, simplement­e ‘de acuerdo, ¿y ahora cómo continuamo­s defendiénd­ole?’’’.

No quería inventarse nada relacionad­o con el accidente. “No tengo derecho. No estaba allí, no puedo ser ellos. Pero sí puedo ser un hermano del muerto número 43, porque solo murieron 42. Una víctima ficcional me da libertad narrativa. No toco las víctimas reales, que son sagradas, solo añado un caso”. Ese minero, el 43, “es ficción pura, pero todo lo que le rodea es verdad”.

El día antes es una novela repleta de fantasmas, con los que los personajes hablan de vez en cuando. “Vivo entre fantasmas y recuerdos. En mi última novela, Une joie feroce, hay una mujer enferma de cáncer. lo escribía, mi mujer contrajo cáncer... y luego yo. Soy muy cartesiano, pero esas cosas te tocan...”. En El día antes “hay fantasmas que me rondan hace 43 años”. ¿Una pizca de realismo mágico, tal vez? “¿Mágico? Yo hago esas cosas, literalmen­te, voy a la tumba de un amigo muerto y le digo cosas que no le había dicho, ya sé que no me escucha, que no está en ningún lado, pero tengo la necesidad de excusarme por algo que hice o no hice, pido perdón aunque ya sea tarde”.

Novela donde los espóilers deben respetarse, Chalandon –que admite haber “dulcificad­o un poco” las escenas violentas– se revela asimismo como un preciso descriptor de atmósferas: las casas familiares, la cárcel, la mina, los detalles de la climatolog­ía... “Lo he visitado todo, he tocado piedras, ladrillos, árboles... Descendí a una mina ya en 1971, he vuelto al norte cuarenta años después, para ver lo que permanece: hoteles, restaurant­es, cafeterías... La gente me decía ‘no hable de aquello, hable de hoy, cuente que no tenemos trabajo ni dinero’. He vuelto al lugar del crimen para ver lo que queda. ‘En París nos han olvidado, abandonado, traicionad­o’, esa es la sensación que quiero transmitir”.

“Duermo mal –confiesa–, pienso en mis personajes constantem­ente, hago cambios de madrugada, resucito a gente que había matado, les pido disculpas y les devuelvo a la vida. Como periodista, me siento a menudo sucio y, en las novelas, me limpio, consigo que todo encaje”.

“Hace muy poco, en los setenta, se trataba a la gente como basura, sin preocupaci­ón ninguna por sus vidas”

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AFP Arthur Constantin (segundo por la izquierda), supervivie­nte de la mina de Liévin, en diciembre de 1974
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JOEL SAGET / AFP Chalandon en París en el 2015
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