La Vanguardia

Pedralbes ha sumado

- Jordi Amat

Parece que haga mil años, pero no han transcurri­do ni seis meses. El 20 de diciembre un coche avanzaba por la grava de un parque de la parte alta de Barcelona y se detenía ante el Palau de Pedralbes. Poca luz, rostros serios, mucha diplomacia. Parecía como si Barcelona acogiera una reunión de la guerra fría tras la crisis de los misiles. Aquella noche los presidente­s Pedro Sánchez y Quim Torra se reunieron. La fotografía del encuentro, que estuvo rodeada de tantísima polémica y líos institucio­nales, quizá sea la imagen más icónica de la agenda catalana que estaba dispuesto a sacar adelante el Gobierno Sánchez surgido tras la moción de censura. ¿Hablamos? Lo intentamos.

Aquella noche, sentados entre poinsettia­s bicolores, el Gobierno español visualizab­a su voluntad de reanudar el diálogo institucio­nal con la Generalita­t y lo hacía a partir de un principio compartido: “La existencia de un conflicto político sobre el futuro de Catalunya”. Durante años los gobiernos populares habían negado oficialmen­te la existencia de dicho conflicto. Era una ceguera cómica. Fue una decisión catastrófi­ca. Sólo es un problema entre catalanes, decían, fiándolo todo a la fractura. Sánchez, en cambio, enfrentaba el reto con prudencia. Mucha. Pero no apartaba la mirada. Diría que en parte las elecciones generales de anoche habrán sido un plebiscito sobre si valía la pena o no asumir el riesgo de la noche de Pedralbes, que podría haber sido su condena. Y la mayoría de los ciudadanos españoles le ha dicho que sí, que valía la pena. Y la mayoría de los catalanes (más independen­tistas que nunca, menos unilateral­istas que nunca) lo ha avalado también. Puede ser un dato capital. ¿Seguirán hablando?

Si la propuesta excluyente de la derecha españolist­a hubiera salido ganadora en las elecciones, a través del pacto que Aznar visualizab­a en sus sueños húmedos, el diálogo para abordar el conflicto territoria­l se habría embarranca­do hasta el infinito. Pero la realidad, en política, más tarde o más temprano se impone. Los líderes nacionalis­tas cautivos del marco de Vox, usando una retórica guerracivi­lista nefasta, ya podían ir repitiendo que Sánchez había vendido el país por un plato de lentejas. No ha colado. Los profetas del 155 han perdido. Se asume que el problema existe. La mayoría de la ciudadanía lo contempla con preocupaci­ón. Y mayoritari­amente se ha votado para que, en Catalunya y el conjunto de España, quien empiece a buscar una solución sean unas izquierdas moderadas a quienes no se les pide que abandonen sus conviccion­es. Pedralbes, que se había querido caracteriz­ar como la prueba de la claudicaci­ón nacional, ha sumado mucho más que ha restado. Aznar ha perdido. El diálogo se puede seguir intentando.

La mayoría de los ciudadanos españoles le ha dicho a Sánchez que sí, que valía la pena reunirse con Torra

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