La Vanguardia

Un gran tipo

- Arturo San Agustín

Para algunos, primero fue el tenis. Luego, años más tarde, el golf. No hablo aquí de los ricos aparentes o reales, de los parientes, por ejemplo, de poetas como Jaime Gil de Biedma, que gozaban, desde hacía ya muchos años, de jardines con pérgolas y de campos de tenis privados. Hablo aquí de los nuevos ricos de los últimos años sesenta y primeros de los setenta del pasado siglo. Hablo aquí, yellow submarine, de la rubia danesa, del teckel o perro salchicha del milanés Giorgio Kobau, de la cafetería Anahuac, que aún sigo frecuentan­do, etcétera. Hablo aquí de la calle Tuset y de todo aquello que tenía que ver con la publicidad, la moda, el cine, la arquitectu­ra, el teatro, algunos inútiles, calzados con Sebagos, y Sara Montiel. Hablo aquí incluso de un leridano y gran bebedor de vino en porrón, que se ganaba un sobresueld­o restaurand­o pesadas raquetas de madera en la portería de una finca de la calle Muntaner.

Aquellos nuevos ricos, reales o aparentes, comenzaron con el tenis y algunos de ellos, al regresar al calzón corto, mostraron al mundo unas piernas, que no eran de guerrero musculado sino lamentable­s canillas de administra­tivo. Pocos empresario­s, pocos banqueros, pocos especulado­res feroces resisten la prueba del calzón corto. Primero, ya lo he dicho, fue el tenis. Luego llegó el golf con sus palos, gorras y guantes. Pero primero fue el tenis, que es lo que hoy me interesa. El tenis o Manuel Orantes, hombre discreto y con fama de buen tipo, que estos días ha sido homenajead­o en el Trofeo Conde de Godó.

Cuando en aquella España, los medios de comunicaci­ón del régimen franquista –siempre hay un régimen– no cesaban de celebrar los extraordin­arios dientes de Santana, en algunos barrios barcelones­es nuestro héroe era Manuel Orantes. Mayormente porque al otro, al de la excepciona­l dentadura, dicho sea con todos los respetos, lo asociábamo­s con el Pardo y con ocultas imposicion­es nada deportivas. También el de la portentosa dentadura era hijo de obrero, pero Orantes era otra cosa. Orantes seguía siendo hijo del Carmelo, barrio barcelonés cuyo nombre me gusta escribirlo en castellano. Porque escribir Carmel dulcifica una realidad barcelones­a que durante muchos años fue amarga. Y aquel tenista de mi generación, aquel Orantes, comenzó siendo recogepelo­tas en el Club de Tenis la Salut y acabó triunfando. Supongo que sin recogepelo­tas el tenis sería, quizá, menos dinámico. Incluso me atrevería a decir que la mirada de un recogepelo­tas nada tiene que envidiar a la de algunas aves veloces y certeras.

En la mirada del sereno y observador Orantes siempre he visto a un apache, un guerrero de mi tribu cinematogr­áfica favorita. Es ese mismo apache que un día reapareció en la mirada de Rafael Nadal, sobre todo cuando se pone una cinta para el pelo. Estos tiempos lo son de muchos más millones, preparador­es, psicólogos y raquetas ligeras, pero en las miradas de Orantes y Nadal cabalgaba el mismo apache cinematogr­áfico.

En la mirada del sereno y observador Orantes siempre he visto a un apache, un guerrero de mi tribu favorita

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain