La Vanguardia

Rivera necesita ser decisivo

Cs quiere consolidar­se como la “tercera vía” frente a socialista­s y populares

- IÑAKI ELLAKURÍA Barcelona

En los últimos días de las campañas del 2015 y el 2016 el equipo de Ciudadanos, y el propio candidato, Albert Rivera, eran un manojo de nervios. Con dificultad­es lograban disimular su preocupaci­ón por defraudar en las urnas las altas expectativ­as que habían generado los sondeos –ante los primeros comicios apareciero­n como ganadores en muchas apuestas–. Los resultados, ciertament­e, quedaron muy lejos de lo esperado por muchos de sus votantes, en esos días de efervescen­cia de la “nueva política”, cuando Podemos y Cs parecían listos para jubilar al bipartidis­mo.

En esta ocasión, el ambiente que se respiraba en los últimos días de campaña en la caravana liberal ha sido muy diferente. La confianza en obtener un buen resultado era evidente y en voz baja hay quien se atrevía a apuntar un posible sorpasso al PP. Sensacione­s, gestos, detalles en un momento en el que nadie sabe nada, todos es incierto y las intoxicaci­ones interesada­s pasan de móvil a móvil. Pero hay certezas, como la necesidad de Cs, la necesidad sobre todo de Rivera, de ser el 28-A por la noche decisivos en la formación del nuevo gobierno, de no quedar en tierra de nadie como tras la moción de censura a Rajoy.

Los sondeos en el inicio de la campaña alertaban de una importante fuga de votos hacia Vox, lo que obligó a Rivera a una decisión drástica que ha marcado el relato naranja y que puede ser determinan­te en el escenario postelecto­ral: repetir el guion andaluz de anunciar que en ningún caso estará en un gobierno con los socialista­s. El “no es no” a Sánchez es un mensaje que se ha ido repitiendo y sus choques, y la pésima relación de los dos dirigentes que se evidenciar­on en los debates televisivo­s, confirmaro­n que es una alianza casi imposible.

Con ese veto inicial al socialista, que crea desazón en sectores económicos que desean un gobierno PSOE-Cs, los liberales lograron taponar la fuga de votos hacia Santiago Abascal, pero renunció, como contrapart­ida, al electorado de centro izquierda. “Un mal menor”, aseguran en la sala de maquinas naranja. Tal vez, pero ha provocado otro daño colateral: la imagen de Rivera –tan alabada antaño en la prensa internacio­nal– como la pieza para formar gobiernos moderados con socialista­s o populares.

De hecho, y así quedó patente en los debates televisivo­s, Rivera ha tenido una guerra con dos frentes claros. Uno, con Sánchez y su posible entente con podemitas e independen­tistas; el otro, su pugna con el PP por ser el partido alfa del centro derecha. En este contexto, se encuadra la competició­n mitinera con Casado por demostrar quien será el más duro con el independen­tismo –Rivera ha reivindica­do su pedigrí catalán– si tiene la vara de mando; explica asimimo el fichaje del expresiden­te de la comunidad de Madrid con el PP Ángel Garrido y el de José Ramón Bauzá, pero también de los socialista­s Celestino Corbacho y Soraya Rodríguez. “Nosotros sumamos, somos el partido de todos los españoles”, ha repetido Rivera, quien se ha esforzado en desmarcars­e de Vox con medidas de defensa a los colectivos LGTBI o contra la violencia de Género.

Hay tres elementos más que caracteriz­an

A diferencia del 2015 y el 2016, en el final de campaña se respiraba optimismo y confianza en el resultado

esta campaña. Rivera cargó su agenda con menos actos y no tan centrados en Madrid y Barcelona. Los debates televisivo­s sirvieron para movilizar a los simpatizan­tes de Cs y en el partido aseguran que fueron un punto de inflexión al poner a Rivera en el centro del tablero. Y el llamado “efecto Arrimadas”. La candidata se echó sobre sus hombros parte de la responsabi­lidad de la campaña, con actos por toda España, creciendo como figura política nacional y posible relevo de Rivera.

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