La Vanguardia

Las ‘novias’ a la fuerza de China

Cientos de mujeres birmanas son vendidas a hombres del gigante asiático y violadas para procrear

- ISMAEL ARANA E

n el año 2011, la familia de Seng Moon terminó en un campamento para desplazado­s internos tras escapar de los combates en el estado de Kachin, al norte de Birmania. Cuando tres años más tarde esta joven cumplió los 16, su cuñada le dijo que podía conseguirl­e un trabajo como cocinera en la vecina provincia china de Yunnan. Ella no quería ir, pero el salario que le ofrecían era mucho más alto que cualquier otra cosa que pudiera conseguir en el campo de refugiados, por lo que su familia decidió que tenía que aceptarlo.

De camino a China, su cuñada le dio de beber algo supuestame­nte para el mareo que le hizo dormirse de inmediato. “Cuando me desperté tenía las manos atadas a la espalda. Grité y lloré pidiendo ayuda, pero nadie me escuchó”, relató meses más tarde a la organizaci­ón Human Rights Watch (HRW). Tras permanecer varios meses encerrada con una familia, su allegada regresó para llevarla a otra casa en la que debía casarse con un chino.

“La familia me metió en una habitación. Allí me maniataron de nuevo. Cerraron la puerta durante uno o dos meses. Cada vez que el hombre chino me traía comida me violaba. A los dos meses, me sacaron de la habitación y el padre del hombre me dijo: ‘Aquí está tu esposo. Ahora sois una pareja casada. Sed amables el uno con el otro y construid una familia feliz’”. Siete meses después, la joven se quedó embarazada. Cuando el niño nació y ella pidió poder regresar a su casa, su marido le dijo que nadie la detendría. “Pero no te puedes

llevar a mi bebé”, le advirtió.

Su duro testimonio es uno de los 37 recogidos en el demoledor informe Danos un bebé y te dejamos

marchar publicado ayer por HRW. En sus 112 páginas, la organizaci­ón humanitari­a denuncia la pasividad de las autoridade­s chinas y birmanas ante el fenómeno del tráfico de esposas al gigante asiático. “(Todos) miran hacia otro lado mientras traficante­s sin escrúpulos venden a mujeres y niñas de Kachin para su cautiverio y abusos indescript­ibles”, explica Heather Barr, autora del texto. “La escasez de medios de subsistenc­ia y la falta de protección de los derechos más básicos hacen que estas mujeres sean presas fáciles de los traficante­s, que tienen pocas razones para temer la aplicación de la ley a ambos lados de la frontera”.

Los delincuent­es se aprovechan de la desesperac­ión para alimentar a su perversa maquinaria. En el lado birmano, unas 100.000 personas malviven como desplazado­s en un contexto bélico en los estados de Kachin y Shan. Mientras que los hombres guerrean, muchas familias dependen de las mujeres para su subsistenc­ia, lo que les lleva a buscar mejores oportunida­des en China, donde el trabajo no escasea y los sueldos son más altos. Aunque algunas ofertas son ciertas, muchas otras son simples cebos con las que atraer a estas jóvenes necesitada­s.

Por su parte, en el lado chino, cuatro décadas de política de hijo único y de abortos selectivos con vistas a tener un varón han creado una situación de escasez de féminas. De acuerdo con el Boletín Médico Británico, en el gigante asiático “faltan entre 30 y 40 millones de mujeres”, lo que provoca que otros tantos millones de hombres, sobre todo en el mundo rural, tengan muy pocas posibilida­des de casarse y tener descendenc­ia. Ante esta situación, hay familias chinas que optan por comprar mujeres y niñas de países vecinos como Birmania, Laos o Vietnam.

Según las supervivie­ntes, la mayoría fueron engañadas por familiares o conocidos en los que confiaban, que las venden por un precio que oscila entre los 2.600 y los 11.500 euros (varía dependiend­o de la edad y el físico). Una vez en el país vecino, suelen ser encerradas

EL PRECIO

Se venden entre los 2.600 y los 11.500 euros, según la edad y el físico de cada una

EL ENGAÑO

Les ofrecen falsas ofertas de trabajo que aceptan para escapar de la pobreza de su país

y violadas hasta que procrean y la familia se asegura la continuida­d de su linaje.

Hasta la fecha, nadie sabe a ciencia cierta cuántas mujeres son vendidas al año. Mientras que la Comisión de Derechos Humanos birmana registró 226 casos en el 2017, los activistas consideran que esa cifra representa tan sólo una pequeña parte y que el total puede ser mucho más alto. “Es difícil saber si sube o baja, pero varios expertos creen que su número aumenta a medida que el conflicto en Kachin continúa”, apostilla Barr.

Además de los abusos físicos y emocionale­s, muchas de estas mujeres son obligadas a trabajar en la casa y las tierras de la familia captora. Mientras que unas pocas lograron escapar de vuelta a su país gracias a la ayuda de la policía china, la mayoría lo hizo por sus propios medios, preguntand­o a extraños hasta dar con alguien que pudiera echarles una mano. Eso sí, para lograrlo, casi todas tuvieron que dejar atrás a sus hijos, a los que la familia siempre suele tener controlado­s.

Lo peor es que con su vuelta a casa no termina su calvario. Primero, porque muchas arrastran un fuerte trauma y sufren problemas físicos derivados de los abusos a los que han sido sometidos sus cuerpos. Además, el conflicto militar continúa, por lo que se enfrentan a la misma angustia financiera que padecían antes de su secuestro. Y por si eso fuera poco, les persigue el estigma de la deshonra que supone haber mantenido relaciones sexuales sin estar casadas. “La gente te mira con desprecio porque has sido traficada a China”, le dijo una supervivie­nte a Barr. Para rematar, las hay que no soportan el estar separadas de los hijos que dejaron atrás para poder huir, por lo que incluso las hay que quieren regresar a China para poder estar con ellos.

Para HRW, ni China ni Birmania –incluidos los funcionari­os de la Organizaci­ón para la Independie­ncia de Kachin– prestan la suficiente atención a este problema ni hacen lo suficiente para ayudar a las mujeres y niñas objetivo de los delincuent­es. “Deberían hacer mucho más para prevenir el tráfico, rescatar y ayudar a las víctimas y llevar a juicio a los traficante­s”, señala Barr. “Los donantes y las organizaci­ones internacio­nales deberían apoyar a los grupos locales que realizan el arduo trabajo que los gobiernos no están haciendo para rescatarla­s y ayudarlas en su recuperaci­ón”.

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SOUTH CHINA MORNING POST / GETTY

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