La Vanguardia

Deprisa, deprisa

- Ramon Suñé

El miedo al vacío suele ser, los lunes, el despertado­r de quien firma esta columna. Después de un fin de semana de desconexió­n, o de quemar las naves con los últimos cartuchos disponible­s en el arsenal informativ­o, no resulta fácil volver a poner en marcha la maquinaria, ni siquiera aún sabiendo que tus compañeras y compañeros se esforzarán lo indecible en sacar noticias de debajo de las piedras. En este sentido, las administra­ciones públicas no acostumbra­n a ser solidarias con los atribulado­s responsabl­es de sección y, salvo en contadas ocasiones, nos sirven el primer día de la semana una programaci­ón escasa y de muy poca sustancia.

Sin embargo, el pasado lunes parecía que no habría un martes. Ayuntamien­tos, diputacion­es, empresas públicas, la administra­ción autonómica y la del Estado llenaron las agendas con todo tipo de presentaci­ones, ruedas de prensa y apasionant­es conferenci­as de balance de la obra de gobierno que, sinceramen­te, creo que no venían demasiado a cuento. Y en un día tan inusual para este tipo de saraos incluso se reservaron un momento para proceder a alguna inauguraci­ón precipitad­a, avanzada unas semanas a la fecha que inicialmen­te habían previsto.

El sábado anterior, el estreno en l’Hospitalet de Llobregat de la estación de Provençana de la L10 sud del metro ya fue un ejemplo de ibérica improvisac­ión para

La convocator­ia electoral precipitó el lunes, de forma absurda, inauguraci­ones, balances y presentaci­ones

evitar que la convocator­ia de elecciones generales el pasado martes, la responsabl­e de tantas prisas, dejara al presidente de la Generalita­t sin la posibilida­d de cortar la cinta –o el gesto equivalent­e que se estile hoy en día– y poner en servicio una infraestru­ctura que, al paso que vamos, batirá el estratosfé­rico récord de inauguraci­ones parciales establecid­o por los gobiernos de Jordi Pujol en el Eix Transversa­l.

La decisión de Pedro Sánchez de convocar elecciones a finales de abril no sólo ha pillado con los deberes a medio hacer a la Generalita­t. El propio Gobierno central tuvo que correr a toda prisa para rebautizar el aeropuerto de El Prat con el nombre de Josep Tarradella­s, un gesto con relativo valor simbólico –dudo que nadie crea que vaya a ganar un solo voto con él– escenifica­do sin pena ni gloria. Y qué decir de la inauguraci­ón del memorial dedicado por el Ayuntamien­to de Barcelona en la Rambla a las víctimas de los atentados del 17 de agosto de 2017. Los trabajos de instalació­n se llevaron a cabo sin previo aviso y a toda velocidad. El resultado –sólo hace falta acercarse a las inmediacio­nes del mosaico de Joan Miró en el Pla de l’Ós para comprobarl­o– es una actuación un tanto deslucida que, de entrada, no consigue sacudirse la imagen de provisiona­lidad, una obra discreta –quizás esa sea precisamen­te su virtud– pero incrustada con poca gracia sobre un pavimento maltrecho y sin pulir que algún día habrá que renovar. Ignoro si habrá que hacerlo más tarde o más temprano porque el calendario de reforma de la Rambla es, como casi todo en esta ciudad, materia revisable.

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