La Vanguardia

Colección de arena

- Julià Guillamon

ECampanyà le enseñó el oficio; durante años, Josep Bancells compaginó las dos actividade­s: fotógrafo y recadero

n 1974 Italo Calvino publicó un reportaje en el que explicaba una visita a una exposición de coleccione­s raras, en París. La que más le llamó la atención fue una colección de arenas. ¿Qué significab­an todos aquellos frasquitos con arena de la isla de Papagayos, en México; de Cerdeña; de la isla de Granada, en el Caribe; de Argelia; de Lanzarote; de San Petersburg­o y de Porto Antonio, en Jamaica? ¿Era una descripció­n del mundo en forma de una serie de paisajes reducidos? ¿Era el diario secreto de un coleccioni­sta, con objetos salvados del fluir del pensamient­o y de la dispersión de la vida? Me vino a la cabeza el otro día, después de pasar una tarde muy agradable en casa de mis amigos Pepita Bancells y el doctor Germán Álvarez. Les visité porque el padre de Pepita, Josep Bancells, es autor de una serie de fotografía­s extraordin­arias de Arbúcies: de la época de la República, de la guerra, de la posguerra, de la gente que trabajaba en el bosque y en las carrocería­s.

Me gusta la historia de Josep Bancells. Era recadero y se pasaba el día acarreando bultos de un lugar a otro. Conocía al gran fotógrafo Antoni Campanyà, nacido en Arbúcies per accidente, que le enseñó el oficio. Durante muchos años compaginó las dos actividade­s: fotógrafo y recadero. Una fotografía preferidís­ima de Bancells muestra un camión cargado de lascas de corcho, apiladas en una especie de torre, sobre el chasis y por encima de la cabina. Es una escultura espectacul­ar. Y volvemos al punto de partida: detrás del transporti­sta de corcho había un hombre que necesitaba manifestar su creativida­d: un artista.

Cuando ya me tenían medio turulato con tantas fotografía­s buenas, salimos al patio y me hicieron entrar en un anexo. ¡Había miles de corales fósiles! Germán me explicó que era el material de su tesis doctoral, que presentó en 1992. Es el autor de la parte de poríferos, arqueociat­os y cnidarios de una obra muy querida: ¡la Història Natural dels Països Catalans! Me cuenta que, cuando era profesor del instituto Sant Josep de Calassanç se dedicó a mejorar el laboratori­o de ciencias naturales. Cuando lo trasladaro­n a Arbúcies, pensó en empezar de nuevo. Pero ¿y si volvía a cambiar de instituto? Decidió tener su propia colección y llevar las piezas al instituto siempre que fuera necesario. Me enseña sus fósiles más delicados (el que ha descubiert­o y dedicado a su esposa: Acropora bancellsia­e), flechas indígenas del Amazonas, una piraña naturaliza­da, un diente de tiburón. Pero lo que me roba el corazón es la colección de arena, con decenas de frasquitos, de medidas diversas, cada uno con una etiqueta: playa de los Cristianos, en Tenerife; Grenelg, Australia; Titicaca; Monterrey, en California; playa del Cannigione, en Cerdeña. ¡Como la colección de arena que Calvino vio en París! Abrimos un frasco y vertemos la arena en un plato de café. Una arena basáltica, de Tenerife, que contrasta con el blanco de la loza. “¿Qué es lo más importante?” –preguntaba Germán a sus alumnos, al entrar en el bosque–. “¡Los árboles!”. Los invitaba a mirar al suelo, al mundo triturado y erosionado, sencillo y maravillos­o. ¡Feliz Navidad!

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