La Vanguardia

¡He sido yo, que soy muy malo!

- Joaquín Luna

Desde muy niño, descubrí que cuando hacía una gamberrada y me pillaban la mejor excusa era no tener excusa: he sido yo. Los adultos quedaban desconcert­ados y se olvidaban del castigo, sorprendid­os por la sinceridad. Lástima que mi vocación para el mal fuese modesta...

La gente prefiere, en general, desviar la atención y cargar el mochuelo al primero que pasa o a lo último que ha leído en el diario, donde cada día surge una teoría expiatoria. Si el oso Goiat, por citar a un ídolo, es un cabronazo, siempre aparece un experto en plantígrad­os dispuesto a justificar que Goiat es un trozo de pan al que la vida, la soledad y la montaña le han vuelto un bala loca.

Un juez de Albacete ha dado la razón a un padre divorciado que entregaba 600 euros mensuales a su hija en tanto que estudiante. La joven llevaba tres cursos en 2.º de bachillera­to y no debía pegar ni sello porque sólo había aprobado una asignatura. El magistrado prorroga medio año la pensión para que espabile y se busque la vida sin contar con el vitalicio paterno.

La noticia es ejemplar y merece un respeto. ¡Y después digan que la justicia es machista! El juez ha dado una lección de género porque igual la joven de Albacete tiene un novio formal y adinerado y estaba dispuesto a formar un hogar en cuyo caso podría aspirar a no trabajar fuera del ámbito conyugal y, llegado el desamor, cobrar una pensión de divorcio vitalicia.

La noticia no desmerece la teoría de que tenemos la juventud mejor preparada de la historia. Quién sabe si lo mismo diríamos de los políticos si en lugar de criticarlo­s nos pusiéramos de acuerdo en repetir como loros: los más preparados de la historia.

En esta línea, el libro de Carles Puigdemont

Luisito, hijo de guardia urbano, tenía la costumbre de escupir por la escalera: así eran los deportes urbanos

promete. “Llevo dentro de mí una pulsión anarquista”, señala el autor, que le roba el tiempo al sueño y ahora nos ofrece su visión del lío en que nos ha metido: yo no quería hacer lo que hice, parece decir. De ahí, barrunto, lo de mencionar sus pulsiones anarquista­s a modo de coartada, como habría dicho Luisito, el gamberro oficial del inmueble donde crecí.

Luisito, hijo de guardia urbano, tenía por costumbre escupir por el hueco de la escalera –los deportes urbanos del franquismo eran muy imaginativ­os– para desesperac­ión de la comunidad de vecinos. Lo estupendo de Luisito es que permitía imitar sus lanzamient­os a los demás niños con la pachorra de que él se llevaría la bronca, el castigo y el desprestig­io.

La sociedad ha cambiado poco y sigue funcionand­o bajo el criterio de que si uno no estudia o va declarando independen­cias como el que se echa novia ni es asunto suyo ni tiene responsabi­lidad alguna porque, en realidad, no quería hacer lo que hizo.

Es más sencillo decir: he sido yo, que soy muy malo, en lugar decir que soy muy bueno. Quién sabe, quizás fue Aznar. Eso. ¡La culpa fue de Aznar!

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