Por qué elegimos a ineptos
Querido Markus Aicher: Agradezco tu oferta de traerme un máster de tus vacaciones en Montenegro, pero es injusto que lo equipares a los de nuestra universidad, aunque nos urja desparasitarla de los mercaderes de títulos. Esa tarea de preservar la institución virtuosa del líder parásito no es sólo nuestra. Te recuerdo a vuestro ministro de Defensa, que dimitió tras plagiar su tesis; o a quien ordenó trucar millones de motores diésel vendidos en todo el planeta; o lavar billones de dinero negro en el Deutsche Bank. ¿Cómo salvar a la industria y la banca alemanas de tipos así? ¿Son ellos los únicos culpables? ¿Y sus directivos y empleados?
Ahora a mis amigos de derechas les cuesta digerir la pérdida del gobierno por la sentencia condenatoria de la trama de corrupción del PP (en Catalunya, otra similar, la del pujolismo, fue la espoleta del proceso independentista) y me remiten la definición de ineptocracia: “Sistema de gobierno donde los menos capaces de liderar son elegidos por los menos capaces de producir a cambio de subvencionarles con bienes confiscados al menguante grupo de quienes más producen”. Ignoran que la definición (tal vez de Ayn Rand) podría incluir a sus electos, pero resulta un avance por su perspectiva sistémica respecto al cuento que nos contamos al votar: hay líderes buenos y malos y sólo se trata de no equivocarse al elegirlos. Pero ¿por qué elegimos a ineptos? Hay otra pregunta más esperanzadora: ¿por qué los líderes ineptos no logran hundir las instituciones virtuosas?
Las últimas investigaciones en liderazgo organizativo desmienten el mito de que el mejor líder es el más fuerte y aportan una respuesta jungiana a esas preguntas: el carisma no es una virtud del jefe, sino una patología de sus seguidores, que proyectan en él sus carencias. Es el pueblo –al final, resulta que no era una fantasía– quien les empuja.
De ahí que los sistemas de poderes y contrapoderes resulten menos épicos que el líder o lideresa guiando al pueblo, pero vacunan contra el caudillismo que tan caro hemos pagado en tu país y el mío. Monnet, uno de los fundadores de la UE, supo resumirlo: “Para mejorar las cosas un día hacen falta personas; pero para progresar cada día hacen falta instituciones”. Por eso es importante no elegir a un cretino, pero aún más mejorar las normas y hacerlas cumplir día a día en el aula, el claustro, la política, la empresa y la escalera de vecinos. Algo que no consigue ningún líder carismático, sino millones de demócratas en el día a día que hunde o hace prosperar a los países. Por eso no acepto tu máster.