Asedio al alma de Bangkok
El bullicio de las calles de Bangkok no se entiende sin los puestos de comida, ropa y accesorios que locales y turistas consumen a precios populares. El comercio callejero es un negocio rentable para muchos y la vía de consumo habitual para miles de ciudadanos de las clases humildes de la ciudad. También resulta una atracción turística para visitantes de todo el mundo, que se sienten como locales al probar insectos fritos o pad-thai (plato de fideos típico) cuando se adentran por las calles de la caótica capital de Tailandia. Sin embargo, el gobierno local considera el comercio ambulante un estorbo y se ha propuesto desmantelar buena parte de los puestos en la calle alegando motivos de orden, movilidad y salubridad públicas.
“La calzada es la calzada. No es un lugar para vender cosas. Hay peatones que tienen que caminar por las carreteras porque los comercios colapsan las calzadas. Nos tomamos esta medida en serio porque queremos devolver la calle a su gente”, defiende el jefe de la Administración Metropolitana de Bangkok, Wanlop Suwandee, al cumplirse un año de la aprobación de esta medida. La prohibición afecta a las principales calles de los 50 distritos de la ciudad y según datos de la Administración, se han desalojado alrededor de 20.000 puestos de 478 ubicaciones distintas.
La prohibición (que prevé multas a los comerciantes que no la cumplan) ha sido ampliamente rechazada tanto por vendedores como por consumidores. Por un lado, los comerciantes lamentan pérdidas en su negocio, ya que son trasladados a locales y centros comerciales donde no acude su clientela habitual y donde transita menos gente que en las calles donde antes estaban establecidos. De hecho, hay quienes consideran las nuevas condiciones tan pésimas que prefieren tomar el riesgo de volver a su puesto original y ser multados y expulsados de nuevo. “Me desplazaron a un segundo piso de un pequeño mercado. Era imposible vender nada. Antes podía pagar el agua, la electricidad y la escuela de mis hijos. Ahora tengo que depender de créditos”, contaba a la agencia Reuters un vendedor de marisco que ha optado por arriesgarse y volver a su puesto de siempre.
Las quejas a la Administración son continuas y en cada área de la ciudad los vendedores se han asociado para intentar evitar los desalojos. Hace un par de semanas, 1.200 comerciantes de la Asociación Tailandesa de Vendedores por el Desarrollo Sostenible protagonizaron una manifestación ante la sede del primer ministro de Tailandia, el militar Prayut Chan-o-cham, reclamando la abolición de la medida. Pero ni elevando la queja al Gobierno del país los comerciantes han logrado gran cosa. La previsión es que la Administración local inspeccione otros 200 emplazamientos próximamente. Sólo han sorteado la prohibición las concurridas calles de Khao San y Yaowarat, muy frecuentadas por turistas.
Por su parte, muchos consumidores tailandeses también lamentan la medida. Los precios asequibles del comercio callejero son su única opción y ahora queda alejada de su zona de consumo habitual. Chawadee Nualkhair, una bloguera especialista en comida local de la ciudad y autora del libro Thailand’s Best Street Food, constata a este diario el rechazo general de la sociedad tailandesa a esta prohibición y cuenta que detrás de la medida se esconde la presión del mercado inmobiliario y las grandes compañías. “Los desalojos tienen lugar en calles de alto standing, controladas por grandes propietarios que ostentan la mayoría del terreno de la zona”. Los comercios callejeros y la suciedad que generan reducen el valor de los edificios y, además, hay quienes planean construir espacios comerciales donde el turista pueda consumir cómodamente. Por otra parte, la bloguera también lamenta que el control a la comida callejera suponga un freno al desarrollo de la cocina tailandesa, que en gran parte debe su legado a los platos que surgen de los chefs callejeros.
El alma de Bangkok se desvanece. Y no será porque nadie lo haya advertido.
Bangkok prohíbe el comercio callejero en las zonas centrales y desaloja 20.000 puestos
Comerciantes y consumidores denuncian la presión del mercado inmobiliario