Lluís Puig y Chicuelo, ovacionados
Ayer arrancaba la trigésima edición del Mercat con varios platos a priori suculentos, algunos de ellos especialmente por su carácter de excepcionalidad y/o de estreno absoluto. Bajo estas dos premisas la expectación era indudablemente grande con el encuentro del nuevo Marc Parrot, nuevo por lo de darle a su música y al contenido lírico de la misma un enfoque mucho más humano, cercano y entendible; y también había lógica expectación con el espectáculo de producción propia que iba a servir de inauguración oficial.
La verdad es que no siempre llueve a gusto de todos –hablando de lluvia, a última hora de la tarde hizo acto de presencia en las calles de Vic– y mientras que el estreno de la nueva aventura de Parrot dejaba un notable sabor de boca, la función inaugural tuvo claros y sombras.
Quién vio al que fuera el hiperpopular freaky El Chaval de la Peca, y quién lo vio ayer por la tarde/noche presentando sus nuevas canciones simplemente como Marc Parrot. Ahora todo es más consciente y de madurez adulta.
Para oírle y sentirle en la proximidad, hasta se ha erigido una pequeña carpa, con capacidad para menos de cien personas, sentadas en plan circular y como una parte más de la puesta en escena concebida por Los Galindos. Y allí estaba él, en medio del respetable, con micrófono inalámbrico arropado por una teclista y un percusionista/guitarrista comenzando una sesión musical creíble y tangible. Con algunas bases electrónicas y predominantemente acústica, Parrot, vestido de cotidiano y agradablemente comunicativo, demostró como mínimo su dominio escénico y su enorme profesionalidad. Y, además, un buen arquitecto sonoro a la hora de revestir las epidérmicas letras de Química, Perdre el temps o, sobre todo, Misteriosament feliç.
Natza Farré saltó al escenario de la sala grande del teatro L’Atlàntida media hora después del inicio del espectáculo que tenía que recoger y reflejar lo que han sido estos treinta años de Mercat . Esos treinta minutos fueron dedicados a las intervenciones institucionales de la alcaldesa de la capital de Osona, del director artístico de la cita, Marc Lloret,
Marc Parrot convenció, mientras que el espectáculo inaugural del Mercat de Vic tuvo altos y bajos
de la consellera Laura Borràs, además de la intervención a distancia pero en tiempo real del exconseller Lluís Puig desde Waterloo. La intervención de este –con cargado poso político– fue la que acabaría levantando una de las dos grandes ovaciones de la noche (la otra se la bienganó el arte de Chicuelo).
Con un guión demasiado elaborado y, sobre todo, sin un hilo musical constante y unificador, las once actuaciones de una canción de los intervinientes a lo largo de una hora y media careció de fluidez. La idea era ambiciosa y arriesgada, ya que se fueron sucediendo versiones en clave casi unplugged con el único acompañamiento del teclista Jaume Manresa (Antònia Font) de temas referenciales de Núria Graham, Kepa Junkera (este como casi siempre: a cara desnuda y con hermosa melodía), Alba Carmona (que dio vida a La plaça del Diamant de Ramon Muntaner), Andrea Motis, Miquel Gil (su vozarrón sigue allí), Marinah (carnal versión de Corre Lola, corre, pero que quizás hizo añorar a los mágicos Ojos de Brujo), David Carabén, Kiki Morente (impecable con americana, jondeando el Aleluyah de Cohen), Chicuelo, Mercedes Peón (siempre interesante pero ayer empastada), Lluís Gavaldà y el casi siempre magistral Quimi Portet (arrancó en plan crooner apoyado en el piano de cola).