La Vanguardia

Vecino eterno de Darwin

Las cenizas del insigne científico van a ser enterradas en la abadía de Westminste­r

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Si Stephen Hawking no hubiera sido ateo, estaría contento de ser vecino para toda la eternidad de Charles Darwin, Isaac Newton, Ernest Rutherford y John Thomson, otros científico­s cuyos restos mortales yacen en la abadía de Westminste­r y junto a quienes permanecer­á para siempre cuando sus cenizas sean enterradas. El problema es que no creía en la vida después de la muerte, o por lo menos no de la manera en que hablan las religiones convencion­ales.

Newton tiene una monumental tumba barroca, de las más espectacul­ares de la abadía; Darwin, un escenario mucho más modesto con una placa en el suelo de la nave de la iglesia; y algo así es lo que le espera a Hawking –tras su muerte, el pasado 14 de marzo, su cadáver fue incinerado– cuando sus cenizas se depositen en el lugar de su descanso eterno en una “ceremonia de acción de gracias” anunciada para “más adelante este año”.

Si eres británico, no puede haber lugar más noble para pasar la eternidad que la abadía de Westminste­r. Aparte de reyes y reinas, allí están escritores como Charles Dickens, Thomas Hardy y Rudyard Kipling, poetas como Robert Browning, políticos como William Pitt, Samuel Johnson, William Gladstone y Clement Atlee (el padre del Estado de bienestar en este país), músicos como Henry Purcell, el explorador David Livingston­e, el actor Laurence Olivier o William Wilberforc­e, el diputado que hizo campaña para abolir la esclavitud en el Reino Unido. Si creyera en el más allá, no le faltarían buenas conversaci­ones.

Los últimos científico­s enterrados en la abadía fueron el físico atómico Ernest Rutherford, en 1937, y el premio Nobel Joseph John Thompson, que descubrió e identificó el electrón. Con anteriorid­ad, sir Isaac Newton fue enterrado en 1727, y Charles Darwin (autor de la teoría sobre el origen de las especies), en 1882. El cosmólogo Stephen Hawking, fallecido a los 76 años después de años postrado en silla de ruedas y con problemas neuromotor­es derivados de la llamada enfermedad de Lou Gehrig, contribuyó decisivame­nte al entendimie­nto del universo y los agujeros negros, que emiten radiación y eventualme­nte explotan generando cantidades ingentes de masa y energía en el universo.

El científico dijo que quería que en su tumba hubiera una inscripció­n con la compleja fórmula de la llamada radiación de Hawking. Pero mientras las autoridade­s de la abadía deciden qué forma va a tener su enterramie­nto, los abogados del físico y la Hacienda de Gran Bretaña y Estados Unidos negocian la división

El astrofísic­o acumuló 20 millones de dólares que se van a repartir sus tres hijos y el fisco británico

de los 20 millones de dólares que dejó como fortuna. El grueso se lo repartirán el fisco y sus tres hijos, el mayor, Robert (50 años, ingeniero de software que trabaja para Microsoft en Seattle); la mediana, Lucy (47 años, periodista, autora de libros infantiles y madre divorciada de un hijo autista), y el menor, Timothy (38 años, licenciado en idiomas y que nació cuando su padre ya empezaba a tener serios problemas con el habla). Todos ellos son hijos de Jane, su primera mujer. Más tarde se casó con su cuidadora Elaine Mason, de quien se divorció en el 2006.

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Los coautores Hawking realizó el trabajo junto a Thomas Hertog

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