La Vanguardia

Los silencios

- Fernando Ónega

Madrid es una ciudad muy ruidosa. Sufre contaminac­ión acústica. Hacen mucho ruido los coches, hay mucha algarabía y hay muchos políticos que, como se sabe, hablan, cotorrean, conspiran en voz alta y alborotan al personal. Por eso cuando se oye algún silencio, es señal de que algo pasa: o la gente y los coches se han marchado de puente, o se masca alguna tragedia. Ayer se oyeron un par de silencios que aumentarán el ruido madrileño, porque darán mucho que hablar. Curiosamen­te, esos silencios se produjeron un 2 de Mayo en una sala abarrotada de políticos, algún empresario que necesita ser visto, periodista­s a la caza de señales, canaperos de diverso pelaje y otras gentes de regular vivir cuyo triunfo sería que los entrevista­ra Ferreras.

El primer silencio, naturalmen­te, en la primera fila. La autoridad competente del protocolo situó a dos mujeres que deciden casi todo en este país: Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, las dos principale­s chicas de Mariano Rajoy. Les separaba una silla casi todo el tiempo vacía, que hace dos semanas hubiera sido la de Cristina Cifuentes y ayer era la de un presidente en funciones, que no sabemos si será el gobernante “limpio” que buscan para la Comunidad. (Paréntesis: vista esa primera fila, el poder madrileño es muy femenino. Mujer es la alcaldesa, mujer es la delegada del Gobierno y mujeres son las enviadas del Gobierno central.)

Y estas últimas, primeras en el reino de los cielos del PP, no se dirigieron la palabra. Podían hacerse una foto sonrientes para evitar los rumores de aquella esquina, que decía la copla de la Pantoja. Podían hacer como que simulaban alguna complicida­d, como otras damas que yo me sé. Pero no lo hicieron. Es más: quisieron hacer ostensible su distancia y comunicar que, si están en la misma bancada, es porque lo manda el protocolo. Es fácil pensar que en los consejos de ministros se oyen volar los cuchillos y debajo de sus faldas llevan una navaja en la liga. Es la imagen de un equipo roto, porque una manda en el partido y otra manda en el Gobierno. Sobre ellas, la divinidad de Rajoy.

Y el segundo silencio es que ambas abandonaro­n aquel santuario del poder sin hacer declaracio­nes. Nada de palabras, que cada ministro que habla provoca una tormenta. La consigna es huir de la prensa porque te pregunta por la sentencia. Y lo peor: te preguntan por Rafael Catalá. Y lo que es muchísimo peor: ayer iban a preguntar, seguro, por las encuestas, que parecen hechas por sepulturer­os que cavan la fosa del partido que más poder tiene todavía. Y ya va siendo muy difícil responder que falta un año y en un año puede pasar de todo o que la encuesta de verdad es la que se hace en las urnas.

Por eso esta es la crónica de los silencios en medio de los estruendos. Cuando el silencio se convierte en actitud política, no es que no haya nada que decir; es que hay miedo a hablar; es que hay incluso miedo a defenderse; es que en boca cerrada no entran moscas; es que se impuso el callar preventivo, es que hay conciencia de que todo cuanto declares se puede volver en tu contra. Que se lo digan a Cristóbal Montoro. Que se lo digan a Catalá.

Es la imagen de un equipo roto, porque una manda en el partido y otra manda en el Gobierno

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