La Vanguardia

“Nunca he trabajado para un hombre: no lo soportaría”

Los años me hacen menos agresiva, pero no menos arriesgada. Nací en Bretaña, pero tuve que abandonar mi casa para que los demás reconocier­an a una arquitecta en mí. Creo en Europa y en Macron, un estadista que por fin asume riesgos y la está construyen­do

- MONTSE GIRALT LLUÍS AMIGUET

Alos 17 años, le dije a mi padre que quería ser arquitecta. ¿Y su padre le ayudó? Me dijo que no era un oficio para mujeres y que no conocía a ninguna mujer arquitecta, así que invitó a un arquitecto amigo suyo a casa a comer para que hablara conmigo.

¿Y le animó a estudiar arquitectu­ra?

Me preguntó si me gustaba dibujar. Le dije que sí, que quería proyectar un gran teatro para mi pueblo, y sonrió incrédulo. Después tranquiliz­ó a mi padre: “Está muy bien que algunas mujeres trabajen en nuestros estudios para diseñar los armarios y las cocinas”.

¡Vaya tío rancio!

¿Comprende usted por qué me he negado siempre a trabajar con arquitecto­s?

¿Por qué?

La arquitectu­ra y la construcci­ón son mundos

men only desde los paletas hasta los grandes constructo­res, pasando por los arquitecto­s, claro. Si fuera una mujer que trabajara para un hombre, no me tomarían en serio.

¿Le pedirían que trajera los cafés?

Me ignorarían. Por eso no quise quedarme en Francia. Enseguida supe que sólo sería reconocida si mi trabajo era fuera de mi país. Si me quedaba entre quienes me conocían, no me considerar­ían válida. Por eso dejé a mi familia, la Bretaña, los amigos y me fui a París.

Por eso el talento suele viajar.

Después me asocié con mi pareja, Benoît Cornette, y juntos proyectamo­s el edificio de un banco en Rennes, que fue celebrado en todo el mundo; después firmamos viviendas sociales en París; un puente de autopista con el centro de gestión suspendido debajo de ella...

Y ganaron el León de Oro en la Biennale.

Pero sufrimos un terrible accidente de automóvil y perdí a Benoît.

Lo siento.

Me encontré sola en los años 90, así que reuní a mis amigos para pedirles consejo. Y todos me dijeron que era mejor que trabajara a las órdenes de “un arquitecto” y yo les respondí: “Pero si la ‘arquitecta’ soy yo”.

Y lo era: sola no le ha ido nada mal.

Dirigiendo sola con mi equipo gané el concurso para el Museo de Arte Contemporá­neo de Roma (Macro). Y después me llovieron los encargos. Entonces, cuando ya tenía varios proyectos iniciados, volví a reunir a mis amigos y les pregunté: “¿Quién demonios era la arquitecta aquí? ¿Tenía que buscar entonces o tengo que buscar ahora a un tipo para que me guíe?”.

Está claro que no le ha hecho falta.

Usted no se imagina lo que tienes que llegar a oír por ser mujer y no resignarte a ser lo que creen que debes ser.

Hay quien dice que las chicas son peores concibiend­o espacios y volúmenes.

Yo también he oído todo tipo de tonterías al respecto: que las mujeres no somos buenas para hacer carreras técnicas, que los hombres son mejores ingenieros y matemático­s...

Parece que serlo no depende del pito.

La cantinela sexista es puramente cultural, impuesta, igual que el pijamita azul si eres nene y el rosa si eres nena. Al final, también le dicen al nene que no puede ser enfermera y a la nena que no puede ser ingeniera.

¿Qué le dijeron aquellos amigos?

Dejé de verlos, la verdad, y en aquellos días decidí también que no me ocuparía de contentar a los demás nunca más; que haría lo que tenía que hacer y que lo haría como yo quería.

¿Qué quería hacer?

De entrada, abandoné la dirección de la Escuela de Arquitectu­ra de París para fundar mi propia escuela con mi propio proyecto: el Instituto Confluence de Innovación y Estrategia­s Creativas en Arquitectu­ra .

¿Cuántas alumnas tiene?

Pues la mitad. ¿Es lo normal, no cree?

¿Aprecia diferencia­s con los alumnos?

Hay una enorme diversidad entre mis alumnos y alumnas, pero no entre varones y féminas, sino entre personas: cada uno de ellos.

¿Cómo son?

Cada uno es todo un mundo que se abre a los demás. Y yo me esfuerzo en cultivar esas diferencia­s: no somos clones, por Dios. Hay arquitecto­s que repiten el mismo proyecto toda su vida. Yo quiero que cada uno de ellos y ellas sea todos los arquitecto­s que pueden ser.

Hoy un arquitecto de 60 años es joven.

Porque tras acabar tus estudios, es normal estar 10 o 15 años de preparació­n hasta que construyes algo. Es una competició­n que tienes que ganar poco a poco para empezar a ser reconocido, pero después también tienes muchos años para seguir creando.

¿Por qué es un mundo de figurones?

Has sido tú el que me ha pedido la entrevista: no la he pedido yo.

Y me encanta: ¿Qué la hace vibrar?

No me interesa el arquitecto, sino la arquitectu­ra; y sólo la que me emociona, por eso no me gusta repetir visitas. La Chapelle de la Tourette de Le Corbusier me hizo temblar el primer día y ya no he vuelto; la Sagrada Família... ¡por Dios, no la acaben!

Yo detendría su profanació­n ya.

También me conmocionó el Museo Judío de Berlín de Libeskind.

¿Y qué obras le emocionará­n?

Las que arriesguen. Si no arriesgamo­s, estamos muertos. Sólo los cadáveres tienen seguridad completa. No aspiremos a ella. La vida es difícil y apasionant­e: un peligro.

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