La Vanguardia

El foco señala a Waterloo

- Lola García

¿Por qué Jordi Turull intentó ayer una investidur­a si no tenía garantizad­os los votos? Pues por una mezcla de precipitac­ión y exceso de confianza.

El apresurami­ento deriva del estado de ánimo que cundió entre los fieles a Carles Puigdemont al conocer que el juez Llarena citaba a Turull y a cinco diputados más para comunicarl­es hoy su procesamie­nto. Ante la posibilida­d de que ingresaran en prisión y fueran suspendido­s, reapareció la tentación de la astucia y enseguida cundió la idea de la investidur­a exprés para plantarle cara al juez. Se trataba de proclamar a un presidente de la Generalita­t y poner al magistrado en la tesitura de encarcelar a quien el pueblo de Catalunya, a través de sus representa­ntes, había encumbrado a su máxima magistratu­ra. “Por dignidad”, repetían los diputados de Puigdemont. Pero faltaba un detalle: el apoyo de la CUP. Y no es la primera vez, ni la segunda, que con unos pocos diputados, los anticapita­listas dan al traste con las intencione­s de la mayoría independen­tista.

La CUP viene marcando las decisiones políticas más trascenden­tales de Catalunya en los últimos años. Y muchas veces lo ha conseguido sin dar nada a cambio. La última vez fue ayer. La anterior, hace unas semanas, cuando Junts per Catalunya y ERC alcanzaron un acuerdo de gobierno en el que planteaban un proceso constituye­nte para desplegar la república proclamada que concluiría en una multiconsu­lta. Con ese documento, se pretendía obtener el apoyo de la CUP para la investidur­a de Jordi Sànchez. El pacto no sirvió de nada y provocó un profundo malestar entre los políticos presos. Se ponía así más trabas a sus intentos de conseguir la libertad condiciona­l sin ninguna contrapart­ida. Y podemos remontarno­s a otros episodios similares.

Para tratar de investir a Artur Mas a principios del 2016, Junts pel Sí accedió a registrar una moción que abogaba por la ruptura con el Estado y defendía la desobedien­cia expresa al Tribunal Constituci­onal. Fue un punto de inflexión que provocó estupor entre la mayoría de los consellers de Mas, pero él lo argumentó como la única forma de lograr el apoyo de la CUP y no repetir las elecciones. Pues bien, la moción no impidió que los cuperos desalojara­n a Mas de la presidenci­a. Y otro caso más: esa renuncia y la consiguien­te investidur­a de Puigdemont debía garantizar el apoyo de la CUP durante el año y medio de legislatur­a. Pero los cuperos se negaron a aprobar los presupuest­os y Puigdemont les concedió a cambio otro salto cualitativ­o: “referéndum o referéndum”, es decir, una consulta aunque

Decisiones en caliente y la alianza poco fiable con la CUP han jugado otra mala pasada al independen­tismo

fuera ilegalizad­a. La CUP, al fin y al cabo, defiende su programa hasta la extenuació­n.

Como ya ocurrió en la pasada legislatur­a, las decisiones en caliente y una alianza poco fiable han llevado al independen­tismo a un callejón sin salida.

El de ayer fue un intento de investidur­a baldío que expuso al candidato a una situación arriesgada. En situación de prisión eludible bajo fianza, Turull no podía expresar en la tribuna ningún compromiso que diera pie a que hoy el juez decida encarcelar­le. De ahí que no citara la república ni mencionara Bruselas, para evitar que el magistrado le considere un instrument­o de Puigdemont.

La CUP dio ayer por concluido el proceso. Y el cerco judicial se estrecha. El foco señala más que nunca a Waterloo.

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