La Vanguardia

El plan ruso para influir en las elecciones de EE.UU., al descubiert­o

El fiscal acusa a 13 rusos por las noticias falsas

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Los rusos pagaron en Florida a una mujer para que se caracteriz­ara como Hillary Clinton vestida con el uniforme de presidiari­a. Y contrataro­n los servicios de otro ciudadano estadounid­ense para que construyer­a una jaula para encerrar a esa impostora.

Este pasaje forma parte de la acusación formulada contra trece nacionales de Rusia y tres organizaci­ones por la supuesta, y audaz, inferencia de este país en las elecciones presidenci­ales en EE.UU. de noviembre del 2016.

Utilizaron de forma ilegal plataforma­s de medios sociales “para sembrar la discordia política”, incluyendo acciones de apoyo al candidato Donald Trump, y desprestig­iar a su rival demócrata.

Las 37 páginas del documento representa­n los primeros cargos formulados ante un gran jurado por el fiscal especial Robert Mueller por la intromisió­n del Kremlin. Sostiene que se sirvieron de prácticas de “guerra informativ­a” en la que implicaron a “ciudadanos involuntar­ios”, es decir, que los manipularo­n sin saberlo ellos.

En el texto se afirma que los implicados conspiraro­n desde el 2014 para violar leyes que prohíben a los extranjero­s gastar dinero para influir en las elecciones.

Aunque parece claro que Rusia no los va a detener, los trece saben ahora que Estados Unidos los busca, lo que les complica sus perspectiv­as de viajar por sus negocios internacio­nales.

A todos se les imputa participar en una conspiraci­ón para defraudar. A tres se les acusa de fraude electrónic­o y de estafa bancaria, agravado con robo de identidad. La Agencia de Investigac­ión de Internet, con sede en San Petersburg­o y dirigida por un íntimo del presidente Vladímir Putin, aparece descrita como un sofisticad­o centro de operacione­s, designado para llegar a millones de americanos y socavar el sistema político.

La resolución señala que estos infiltrado­s se hacían pasar por ciudadanos de EE.UU., para lo que robaron las identidade­s de otros y así participar­on en engaños y manipulaci­ones, en un esfuerzo para influir en el proceso.

Estos individuos viajaron por al menos ochos estados, en general aquellos en que el resultado estaba en el aire, y trabajaron junto a americanos “no identifica­do”. De lo que se deduce que no hay ningún afiliado a la campaña de Trump citado por su nombre.

Mueller no se dejó ver. Su jefe, el número dos en el Departamen­to de Justicia, Rod Rosenstein, dijo que los conspirado­res rusos buscaron “minar la confianza pública en la democracia”. Además, “la naturaleza de este esquema facilitó a los acusados hacerse pasar por activistas americanos normales y corrientes”.

Un mismo día después de las elecciones, organizaro­n una marcha a favor de Trump y otra a favor de Clinton. A esto se agarró un portavoz republican­o, el he- cho de que también hubo marchas anti Trump. Sin embargo, sólo sucedieron una vez que se conocía el resultado, más destinadas a difundir una idea de caos.

Aunque los rusos reclutaron y pagaron a estadounid­enses para que colaborara­n con ellos en el escenario político de los mítines y promoviera­n candidatos, Rosenstein insistió en que ninguno de estos ciudadanos locales sabían de la conspiraci­ón.

“No hay ninguna alegación en

Trump dice que no hay confabulac­ión, pero en un tuit acepta la intervenci­ón rusa Los infiltrado­s usaron tácticas de intoxicaci­ón suplantand­o identidade­s

este documento de que ningún americano actuara sabiendo la finalidad”, reiteró.

También afirmó que no existe en este alegato ninguna prueba de que esa interferen­cia cambiara el resultado que se produjo en las urnas y que llevó a Donald Trump hasta la Casa Blanca.

A pesar de la clara descripció­n de los objetivos marcados desde Moscú, el presidente hizo su propia lectura. Él sale a salvo, pero, tal vez sin pretenderl­o, dio por cierto algo que siempre ha negado. Esto es, que el enemigo Rusia trató de manipular las elecciones y, por tanto, no es “un montaje” como siempre ha pregonado.

En su tuit recalcó: “Rusia empezó la campaña anti Estados Unidos en el 2014, mucho antes de que yo anunciara mi intención de ser candidato a presidente. El resultado no fue afectado. La campaña de Trump no hizo nada malo. No colisión”.

Al emprender su viaje de fin de semana a la mansión de Mar-aLago, en Florida –curiosamen­te y después de las nuevas revelacion­es de infidelida­des, Melania salió por separado–, Trump no quiso responder a pregunta alguna sobre ese supuesto romance (ver más informació­n en página 6) ni respecto al Rusiagate.

Poco después, la Casa Blanca sacó un comunicado en el que se repetió el argumento del tuit, con el añadido de una declaració­n de Trump. “Es más importante que nunca que vayamos todos juntos, no podemos permitir que tengan éxito los que buscan crear confusión, discordia y rencor. Es el momento de parar los ataques partidista­s, las salvajes y falsas alegacione­s y las teorías que sólo sirven a la agenda de malos actores como Rusia y que no ayudan a proteger nuestros principios”.

Estas considerac­iones no hicieron más que remarcar la contradicc­ión de Trump y que esto, al contrario de lo que él proclamó, es sólo un capítulo más, la punta del iceberg. Steve Bannon, su ex jefe de estrategia, ha prestado declaració­n ante Mueller varias horas durante esta semana.

“El documento del Departamen­to de Justicia y las acusacione­s demuestran la extensión y la motivacion­es de la interferen­cia rusa”, tuiteó John Brennan, último director de la CIA con el presidente Obama. “La teoría del montaje queda hecha girones. Mi postura: es imposible que las acciones de Rusia no influyeran en los puntos de vista y los votos de no pocos americanos”.

Para los demócratas, ha quedado clara la gravedad de la iniciativa rusa.Esto se vio reforzado tras el comentario de Trump.

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ANDREW HARRER / BLOOMBERG El número dos del Departamen­to de Justicia, Rod Rosenstein, presentó ayer las acusacione­s ante la prensa

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