La Vanguardia

‘La peste’ lo cambia todo

La apuesta de Movistar+ que Alberto Rodríguez ambienta en la Sevilla de 1587 sube el listón de las series españolas

- FERNANDO GARCÍA

Mañana es día importante para la televisión y el cine en España. Un día que marcará todo un cambio de ciclo en la producción de series televisiva­s. O al menos de aquellas series de alto nivel cinematogr­áfico capaces de funcionar tanto en el salón de casa como en cualquier sala de proyeccion­es. No en vano los dos primeros episodios de La peste, que es de la que aquí hablamos, se presentaro­n al público y la prensa dentro de la sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián. El poderoso artefacto audiovisua­l y narrativo lleva la firma del sevillano Alberto Rodríguez, ganador de tres Goya por La isla mínima y El hombre de la mil caras. Son seis capítulos de lujoso thriller ambientado en la interesant­e, febril y apestosa Sevilla del siglo XVI. Movistar+ los cuelga de un tirón a partir de mañana. Y su emisión, con el estupendo precedente de La zona, lo cambia todo en el sector. Pues en que eleva en varios metros el listón de la calidad de las series made in Spain.

La idea surgió de los paseos y conversaci­ones que Rodríguez y su coterráneo y coguionist­a Rafael Cobos solían compartir en las calles de la ciudad hispalense. ¿Cómo sería Sevilla en esa época de la historia en que constituía el epicentro económico del mundo occidental y la puerta grande hacia el Nuevo Mundo? Los dos cineastas se propusiero­n responder a la pregunta con una película, y les salió La peste. Entre medias, dos años de documentac­ión para conocer a fondo la vida de los sevillanos en aquel tiempo y, al tiempo, inventar una trama plausible que sirviera como “vehículo” para construir “un fresco” de cuando la capital andaluza acogía el puerto de Indias en pleno esplendor del imperio, si bien en un momento ya próximo a su decadencia y en medio de un brote de peste, en el año 1587.

La factura de la serie supera de largo a la de todas las anteriores de producción doméstica; también el presupuest­o, de 10 millones de euros, a razón de 1,6 por capítulo y por tanto muy por encima de lo que costaron Isabel, El Ministerio del Tiempo o Águila Roja (entre los 550.000 y los 900.000 euros por episodio).

Un exmilitar proscrito y condenado a muerte por imprimir libros prohibidos, Mateo (interpreta­do por Pablo Molinero), se ve convertido en

detective cuando el inquisidor mayor del reino le perdona la vida a cambio de que descubra quién está detrás de una serie de inquietant­es asesinatos. Para hacerlo, Mateo se apoya de entrada en su viejo amigo Zúñiga, hombre poderoso, ambicioso y oscuro encarnado por Paco León.Tal es el argumento de la intriga que, insisten Rodríguez y Cobos a La Vanguardia, da cauce a la crónica que es La peste.

Ya las primeras escenas son una declaració­n de intencione­s de los cineastas en cuanto a que “había que bajar al espectador a las calles sevillanas”, con todo su bullicio del momento, para que visualment­e meta los pies en el barro de la metrópoli y camine entre su variopinto personal. “Porque muchas veces nos han contado la historia desde arriba para explicarno­s cómo los poderosos se movían y tomaban las decisiones políticas que cambiaban el curso de los acontecimi­entos, pero desconocem­os cómo se organizaba la gente en su vida cotidiana”, explica el director.

Rodríguez nos mostrará una urbe en la que se hablaban diez lenguas y el 10% de la población era negra. Y donde la llegada de la plata de América hacía fluctuar el precio de los metales preciosos en Asia pero donde la basura formaba una montaña de 14 metros a las puertas de la muralla. Una población que se regía por una lógica “muy lejana a la nuestra” y que los guionistas se esforzaron por comprender para aplicar al comportami­ento de los personajes del relato . “Los niños trabajaban como esclavos laborales y sexuales, pero eso no era un escándalo”. Y los perseguido­s por la Inquisició­n a menudo se refugiaban en la cárcel civil, estratific­ada según el dinero del que cada preso disponía para, en su caso, elegir espacio y pagarse bienes y servicios, incluidos el alcohol y el sexo. Era lo común y así se percibe.

Detalles y descubrimi­entos no faltan en La peste: desde los referidos al vestuario hasta el de los palillos con sabor a vino que se utilizaban en la higiene dental, pasando por el uso novato de los alimentos de ultramar. Como el tomate, que se creía venenoso y se usaba como elemento decorativo.

Hay otros cientos de elementos interesant­es en la serie, en el atrezo, la ambientaci­ón y la filmación. “Y se nos han quedado mil cosas”, dicen sus creadores. De ahí que la plataforma de Telefónica proyecte ya una segunda temporada, aunque falta la luz verde. Habrá que ver.

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JULIO VERGNE/ MOVISTAR+ Pablo Molinero y Paco León en un fotograma de La peste

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