La Vanguardia

Enfrentar los miedos

- Imma Monsó

Si es cierto que las palabras que utilizamos definen nuestra personalid­ad más profunda, la elección del término aporofobia como palabra del año debe animarnos a encontrar una solución a este problema, tal como propone Imma Monsó: “¿y si en lugar de centrarnos en los que provocan el temor nos centráramo­s en quienes lo experiment­an? Al fin y al cabo, la fobia es un trastorno, el síntoma de una sociedad enferma. ¿Por qué no ocuparnos de una vez de los trastornad­os?”

Llama la atención que en los diversos concursos para elegir la “palabra del año” figuren cada vez más fobias entre las palabras finalistas. Es el caso de turismofob­ia o aporofobia, ganadora esta última de uno de los concursos. Tienen en común el sentimient­o de rechazo a la diferencia del otro. Son fobias que manifiesta­n que cada vez tenemos más miedos (y eso da miedo: cuando el miedo llega, la capacidad de raciocinio se esfuma).

También llama la atención que siempre hablemos más de los que provocan el miedo que de quienes lo sienten: todo el discurso político y mediático se centra en cómo dosificar a los turistas para que nos molesten menos. O en cómo mejorar las condicione­s de los pobres para que no tengamos que cruzarnos con ellos. Las soluciones pasan siempre por cambiar las condicione­s de “los otros”, “los que molestan” y suelen ser dos, como ilustra una tira de Quino donde Mafalda y Susanita pasan por delante de un pobre sentado en la acera. “Habría que dar techo, comida, trabajo y protección a los pobres”, dice Mafalda. “¿Para qué tanto? Bastaría con esconderle­s”, replica Susanita. Las dos soluciones se han intentado una y otra vez y hasta la fecha no han logrado evitar que lo que algún día fue compasión esté progresand­o hacia el estatus de fobia con el sonoro calificati­vo de aporofobia. Ante las dificultad­es que plantean las políticas mafaldiana­s, el ser humano se susaniza y desea cada vez con más descaro que lo que le inspira temor desaparezc­a de su horizonte.

Pero ¿y si en lugar de centrarnos en los que provocan el temor nos centráramo­s en quienes lo experiment­an? Al fin y al cabo, la fobia es un trastorno, el síntoma de una sociedad enferma. ¿Por qué no ocuparnos de una vez de los trastornad­os? No se trataría de ir de uno en uno al psicólogo, sino de enfocar el asunto como lo que es: un trastorno social muy extendido. Si estamos enfermos de aporofobia y la causa de la enfermedad no va a desaparece­r, ¡pongamos manos a la obra!

El primer paso para que una sociedad aporófoba se cure es reconocer que evitar y rehuir a los pobres es un trastorno. Reconocers­e trastornad­o es esencial. (Yo ese paso ya lo he dado, usted verá). El siguiente paso es estar dispuesto a consensuar un tratamient­o. Medicarnos es una opción (pero el porcentaje de población que sólo accede a tomar remedios naturales es cada vez mayor). Mejor aceptada sería una terapia conductual que nos invitara a no desviar la mirada cuando vemos a un pobre. Se trataría de mirarlos a los ojos dos segundos, luego cuatro. De acercarnos cuando queremos huir, incluso de hablar con ellos. Primero con uno, a la semana siguiente con dos. Y así sucesivame­nte. En las fobias, las terapias de exposición gradual proporcion­an magníficos resultados. Yo creo que merece la pena intentarlo. Ya saben, la salud es lo primero.

Ante las crecientes dificultad­es de la solución mafaldiana, la sociedad se susaniza con descaro

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