El gusto y las ganas
Resumen del partido: buena primera parte con una eficacia que tranquiliza y un Messi que vive instalado en su trono imperial de futbolista al por mayor. Igual te regala un desmarque, un pase, una finta o un chut que un remate decisivo. En el Camp Nou, algo más de 56.000 personas. Es una cifra que no hace justicia a Messi y que relativiza los planes grandilocuentes del club. Es uno de estos problemas multifactoriales que, si no se afrontan, puede acabar envenenando la autoestima de la entidad. La prueba de que se trata de una cuestión incómoda es que cada vez que la comentas con alguien influyente para plantearle si la oferta escenográfica del fútbol en directo no se ha pervertido, detectas el nerviosismo de los que, en vez de admitir que no entienden la dimensión del problema, interpretan la crítica como una agresión.
Otro detalle: que Messi hable con Dembélé durante el partido y le haga pequeños comentarios correctores parecidos a los que, con la mirada, hacía el inmenso Miles Davis a los músicos jóvenes que apadrinaba. Ojalá Dembélé sea lo bastante humilde para entender que, a partir de determinado momento, Messi deja de hablar y sólo mira, y no precisamente con devoción paternal sino con la contundencia categórica con la que miraba a Tello o a Cuenca.
Y, evidentemente, el tema de la semana. Financiado por la puñalada de Neymar, Coutinho obliga a ordenar los principios culés en función, una vez más, de las circunstancias. No entraré en la cuestión ética de los precios para no cometer el pecado de demagogia. Ni en el talento del jugador, avalado por la mejor garantía: su propio talento. Pero ni los números ni las prioridades me cuadran. En catalán existe una expresión muy gráfica: “Pagar el gusto y las ganas”. Y, en el caso de Coutinho, da la impresión de que el gusto de ficharlo había sido oficialmente desactivado por la urgencia de Dembélé y que las ganas no eran suficientes para justificar (como ocurrirá con Griezmann) una inversión que el Barça no puede asumir. No lo digo yo. Lo dijeron diferentes directivos y ejecutivos durante la asamblea de compromisarios, que insistieron en la asfixiante masa salarial y apelaron a una necesidad de aumento de ingresos sin especificar cómo conseguirlos.
Tienen razón los que afirman que la simbología del fichaje mantiene al Barça en la élite. Pero, aprovechando que el barcelonismo también es un espacio de terapia de grupo, me tomo la libertad de manifestar que no entiendo que podamos gastarnos tanto dinero que no tenemos. Más allá de este detalle protocolario, lo que más me inquieta es el criterio, que cambia en función de urgencias mal explicadas. La conmoción provocada por la huida de Neymar fue inteligentemente reconvertida en una oportunidad para reforzar la tesorería y avanzar en la construcción de un nuevo entorno para los años menos resplandecientes de nuestros mejores jugadores. A este cálculo, no obstante, le falta el elemento de la credibilidad de aclarar de una vez por todas si el área técnica sigue en manos de los que han despilfarrado un carro de millones en fichajes que no activan ni el gusto ni las ganas y cuál es –yo ya me he perdido– el papel de La Masia en este nuevo mundo secuestrado por los piratas más peligrosos de la industria.
No me refiero ni a Coutinho ni a Dembélé, coherentes con una tradición histórica de riesgo inherente a las apuestas. Pero las ventas y las compras en otras posiciones sí obligan a preguntarse, aunque sea en la intimidad y por lo bajini, qué pasaría si el club decidiera invertir en La Masia la mitad de lo invertido en medianías y oportunidades de mercados melancólicamente fracasadas. Invertir sabiendo por qué se invierte, claro. Y también convendría renovar el argumentario del club. No hace tanto tiempo (si revisamos hemerotecas, veremos que sólo ha pasado un año y medio), hablábamos a todas horas de valores y ética. Y, con más astucia que inteligencia, intentábamos vender como superioridad corporativa un elemento que podía tener un retorno de fidelidad y, por extensión, de negocio. Los valores eran la materia prima que nos hacía diferentes. También es verdad que este romanticismo chocaba con la despiadada realidad. Pero si renunciamos o modificamos estos principios, urge que el club sepa explicarlo y convencer a los que, aunque seamos pocos y estemos obsoletos, también experimentamos el gusto y las ganas invirtiendo en una identidad cada vez más secuestrada por la ley de la selva.
Los fichajes de Coutinho y Dembélé son coherentes con la tradición de apostar
Los valores del Barça eran la materia prima que nos hacía diferentes