Messi y Paulinho
Lionel Messi no es el ogro despiadado del que hablan algunos. Tampoco es ese ser maquiavélico al que se le atribuyen reuniones clandestinas en las que se disfraza de secretario técnico, susurrándole fichajes, altas y bajas al presidente. De los pocos refuerzos que se atrevió a reclamar, hace ya unos años, fue el de Agüero, y es tal su pretendido poder que su amigo sigue todavía en el Manchester City. Tampoco hay que irse al otro extremo e inventarse un Messi cercano a la canonización, al que hay que ir haciendo un hueco en el santoral porque su carácter (comparado con argumentos demasiado simples con su antagonista el malo malísimo Cristiano Ronaldo) se acerca al de la madre Teresa de Calcuta.
Messi podría ser un auténtico cretino si quisiera, pero no lo es. Eso sí, tiene su carácter, “impone de verdad cuando te mira a los ojos”, cuentan quienes han experimentado la sensación. En realidad, es poco hablador con quien no le interesa y se entrega cuando conecta. Un poco lo que nos gustaría ser a todos si no estuviéramos atrapados por innumerables convencionalismos sociales que un número uno del mundo se puede ahorrar sin problemas.
Sobre el campo los años de observación a Messi nos han dotado de un sexto sentido para detectar con quien congenia futbolísticamente y con quien no, y esta temporada ha surgido un aliado inesperado en la figura de Paulinho. El brasileño no le tiene miedo a Messi y ese es el mejor salvoconducto para llegar a él. Si se la tiene que pasar se la pasa y si no, pues no. No le tiemblan las piernas por correr a su lado ni convierte su admiración en genuflexión. Paulinho tiene 29 años, jugó en Lituania de joven (donde sufrió humillaciones racistas), después en Polonia, en Inglaterra, en China... así que la llamada del Barça a los 29 años le ha hecho sentir como en una película de Frank Capra, con penurias varías y final feliz. Lo está aprovechando al máximo. Con Paulinho y con Suárez, (este ya es como de la familia) se va Messi al Bernabeu este sábado.