La Vanguardia

El choque de trenes es digital

- Josep Maria Ganyet

Si estamos donde estamos es por culpa de los móviles y las redes sociales. No importa si usted es de Sant Cebrià de Vallalta, de Chelsea o de Miami, y no importa si hablamos de trabajo, de economía, de política o de derechos civiles. En escasament­e diez años los modelos mediáticos, económicos, políticos y sociales –tradiciona­lmente ligados a ámbitos territoria­les y a sus estructura­s de poder asociadas– se han visto amenazados por un enemigo invisible, incontrola­ble y también inacabable: el bit.

Todo lo bueno que nos pasa –el acceso a una cantidad infinita de informació­n, la participac­ión vía redes sociales, las conferenci­as del TED, el catálogo inacabable de Netflix, la tele global de YouTube y el sexting– se lo debemos a los bits. Pero también le debemos todo lo malo –el acceso a una cantidad infinita de informació­n, la participac­ión vía redes sociales, las conferenci­as del TED, el catálogo inacabable de Netflix, la tele global de YouTube y el sexting– que paradójica­mente coincide con todo lo bueno. Las tecnología­s (o los medios, son palabras intercambi­ables) no son buenas ni malas pero tampoco son neutras.

La capacidad de la radio de penetrar en la sociedad y de conectar mucha gente a un centro emisor posibilitó los totalitari­smos del siglo XX en unas sociedades muy jerarquiza­das. La digitaliza­ción de finales del XX y la ubicuidad de las redes sociales en el XXI han construido la sociedad en

Vivimos en sociedades digitales horizontal­es pero físicament­e las estructura­s aún son del siglo XIX

la que vivimos donde las ideas ya no salen de un centro emisor hacia la periferia sino que salen desde cualquier nodo y se esparcen por la red (si usted tiene WhatsApp ya sabe de qué le estoy hablando).

La digitaliza­ción ha globalizad­o economías pero nuestros derechos políticos continúan ligados a territorio­s nacionales. Como individuos vivimos en un mundo en la nube totalmente desregulad­o donde nuestros datos están en manos de corporacio­nes privadas y donde los algoritmos deciden la informació­n que nos llega. Asimismo, vivimos también en un mundo físico totalmente regulado donde nuestros derechos políticos y nuestros bienes están controlado­s por entidades públicas a las que llamamos estados.

Vivimos en sociedades que digitalmen­te son horizontal­es –estoy a la misma distancia de un premio Nobel que de mis amigos de cross-fit– pero que físicament­e se articulan aún en estructura­s jerárquica­s del siglo XIX. Lo que estamos viviendo en Catalunya, Corea del Sur, Brasil o en el Reino Unido es una expresión de las tensiones entre dos modelos: el modelo territoria­l, controlado por los estados-nación del siglo XIX, y el modelo de la nube, controlado por las grandes corporacio­nes que monopoliza­n el acceso a los datos. Y no veo ninguno de los dos bloques con muchas ganas de ceder. Este es el auténtico choque de trenes.

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