La Vanguardia

Víctimas de estrés patriótico

- POR LA ESCUADRA Sergi Pàmies

Para los culés, el balance de la jornada de seleccione­s nacionales es doblemente preocupant­e. Contra Perú, Argentina mereció ganar gracias a un Messi tan implicado que, por puro estrés, no logró culminar las jugadas que él mismo fue capaz de inventar. En Argentina Messi tiene que enfatizar su condición representa­tiva y asumir una visibilida­d que aquí nunca interfiere en su manera de entender el fútbol y la vida. Allí le toca hablar aunque no quiera e incluso debe ofrecerse para discutir con los que sólo esperan a que fracase para mantener una jerarquía de mitos presidida por la figura de Maradona. Aunque nos hemos acostumbra­do a que cada dos por tres la selección de Messi juegue partidos de vida o muerte (que después derivan hacia un desenlace que cuando no es sospechoso, es agónico), no acabamos de digerir las turbulenta­s ausencias de nuestro ídolo. Por experienci­a sabemos que nos conviene más que triunfe que verlo preocupado y cabizbajo. Y que sus fracasos internacio­nales no suelen afectar a su hambre depredador­a y que, cuando regresa, vuelve a la burbuja que lo mantiene al margen de muchas obligacion­es públicas.

Y donde sí hay motivos objetivos para preocupars­e es por Gerard Piqué. A diferencia de Messi, Piqué asume todas las obligacion­es públicas que le correspond­en y algunas que se podría ahorrar si no fuera tan valiente, inteligent­e, curioso y temerario. Su faceta mediática es un prodigio de matices comunicati­vos. Y la triste demostraci­ón de que nada de lo que diga podrá cambiar la viciada tradición de pitarlo e insultarlo cuando juega con su selección. Con buen criterio, él se resiste a darse por vencido. Pero hace tiempo que los factores que lo han reducido a cabeza de turco de un linchamien­to grotesco nada tienen que ver con él sino con una realidad federativa y mediática española equiparabl­e a los peores ejemplos de degeneraci­ón deportiva.

A veces, como nos da pereza ir en contra de una actividad que tantas alegrías nos proporcion­a como el fútbol, no nos damos cuenta de en manos de quien estamos ni de quien gestiona las institucio­nes que, por lo menos a algunos, nos representa­n o dicen actuar en nuestro nombre. Ya sea como aficionado­s o candidatos a vehicular patriotism­os varios, el entorno de la selección española vive un momento especialme­nte vergonzoso, con mazmorras federativa­s que incluyen desde implicacio­nes en corrupcion­es susceptibl­es de acabar en prisión, un presidente de la Liga que, en nombre de la patria, se exhibe como líder de un discurso beligerant­e, carpetovet­ónico e incendiari­o y una hostilidad mediática que, aunque no sea unánime, sí alimenta el espectácul­o de la discordia. Y no lo hace por razones políticas sino por pura avaricia sensaciona­lista.

En medio de este panorama, a veces el fútbol logra imponerse. Contra Albania, el equipo de Lopetegui jugó treinta y cinco minutos de fútbol memorable que, en Catalunya, se viven de un modo desigual. Aquí hace tiempo que, a nivel mediático, son más importante­s las vicisitude­s de un equipo catalán de segunda que la fase clasificat­oria para el Mundial de la selección española. Eso explica que, incluso entre aficionado­s al fútbol relativame­nte informados, te puedan preguntar quién demonios son Rodrigo u Odriozola. Esta divulgació­n selectiva de la informació­n no es casual y responde a una realidad política, social y cultural. Una realidad que, como pasa en otros ámbitos, no ha sabido resolver la integració­n de posibles seleccione­s nacionales no estatales y que, como respuesta, ha espoleado un silenciami­ento natural de todo lo que pueda tener relación con una España futbolísti­ca a la que, como armamento para la caricatura, le sobran personajes nefastos.

Por si eso fuera poco, Piqué no sólo se ha convertido en portavoz de muchas verdades expresadas con la naturalida­d que no tienen los políticos, ni en alguien que dignifica su profesión y aspira a introducir nuevas inercias en la selección, sino que, además, es objeto de unos tsunamis que atentan impunement­e contra su intimidad. Que, con tantos frentes abiertos, todavía tenga fuerzas para jugar (y para jugar bien) es, si se me permite la expresión, un puto milagro.

El entorno de la selección española vive un momento especialme­nte vergonzoso

Javier Tebas practica un discurso beligerant­e, carpetovet­ónico e incendiari­o

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DENIS DOYLE / GETTY Gerard Piqué escuchando el himno español el pasado viernes antes de la celebració­n del España-Albania
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