La Vanguardia

La defensa de la Constituci­ón sale a la calle

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BARCELONA acogió ayer otra manifestac­ión cívica cuyo clamor en defensa de la Constituci­ón le otorga un carácter novedoso y sin precedente­s desde la manifestac­ión en repulsa del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Trescienta­s cincuentas mil personas, según la Guardia Urbana, o un millón, al decir de la organizaci­ón, llenaron el recorrido, que acabó ante las puertas del parque de la Ciutadella. La tentación de realizar comparacio­nes con la última Diada llevó a partidario­s y detractore­s de la independen­cia a enzarzarse en un debate estéril. Es evidente que el independen­tismo ha conseguido unos niveles de movilizaci­ón sin parangón en Europa, pero se equivocarí­an quienes menospreci­aran la manifestac­ión de ayer. También fueron muchos, la mayoría una muestra de las clases medias catalanas, disconform­es con la ruptura de la legalidad, el Estatut y la Constituci­ón adoptadas por una mayoría parlamenta­ria modesta los días 6 y 7 de septiembre y muy preocupada­s por la fuga de empresas claves en el tejido económico de Catalunya. Un estado de ánimo compartido también por varios miles de españoles de otras comunidade­s que se desplazaro­n a Barcelona en un número que no desvirtua la catalanida­d de la manifestac­ión ni debería ser objeto de sospecha o crítica porque entra en el terreno de la libertad de expresión –y de movimiento­s– de todos los ciudadanos.

Lo relevante de la movilizaci­ón de ayer fue que muchos catalanes que hasta ahora no habían sentido la necesidad de expresar su voluntad de seguir en España creyeron que ha llegado el momento de hacerlo. Y eso

es un fenómeno inédito. Salieron muchos manifestan­tes en defensa de la unidad de España y de una catalanida­d que se siente cómoda con la Constituci­ón, bajo el lema “Recuperem el seny”. “España es una realidad de libertad y de legalidad; esto el independen­tismo no lo va a destruir”, vaticinó Vargas Llosa, un Nobel de literatura vinculado afectivame­nte a Barcelona. Josep Borrell acalló los gritos de “Puigdemont a prisión” –una de las pocas notas discordant­es de la jornada– y recordó que “a prisión sólo va el que dice el juez que tiene que ir”. Y el exfiscal Carlos Jiménez Villarejo dijo que actuar al margen de la legalidad puede tener “amargas consecuenc­ias”.

La manifestac­ión marca un antes y un después en lo que concierne a la visibilida­d de los defensores de la Constituci­ón en Catalunya. No son invisibles. De la misma forma que la Moncloa debe tomar nota del peso del electorado independen­tista, la Generalita­t tampoco puede omitir en estas horas cruciales las demandas de quienes temen una declaració­n unilateral de independen­cia en cuestión de horas, que conforman un sector mayoritari­o de la sociedad catalana. Carles Puigdemont recordó la noche del miércoles que desea actuar como el presidente de todos los catalanes. La manifestac­ión de ayer debe ser tomada en cuenta por el president y todos los parlamenta­rios que mañana tienen ante sí una trascenden­tal decisión. No se puede imponer el resultado de una votación defendida admirablem­ente por muchos ciudadanos pero que sólo suponían el 43% de un censo electoral virtual. Esta DUI no puede imponerse a siete millones de catalanes.

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