La Vanguardia

Hoy, setas

- Quim Monzó

Hoy hablaremos de setas. La tensión de estas semanas, que el Gobierno español tilda de tumultuosa­s, hace que se hable poco de ellas. Nunca había visto que este asunto fuese tan poco comentado, tanto entre los que se dedican a buscarlas como entre los que las consumen. Yo soy uno de estos. Nunca he ido a buscar y, cuando en TV3 daban Caçadors de bolets, incluso la voz en off de Òscar Dalmau me molestaba. Yo, las setas las pillo en el mercado, pago su precio y me las llevo a casa. O las como en sitios como la Bodega Bartolí de Sants. Tan desconecta­dos estamos de los bolets (de los comestible­s, no de los que te arrean si eres un abducido) que no sé si este año los Bartolí hacen sus viajes de cada temporada hacia el Berguedà. Salen el sábado de madrugada, se pasan ahí un montón de horas y vuelven al mediodía con la furgoneta a tope. Este es el motivo por el que, cuando llega la temporada, a diferencia del resto del año los sábados cierran. Sólo Dios, que es omnipotent­e, tiene el don de la ubicuidad que le permitiría estar en el Berguedà y, simultánea­mente, en el restaurant­e de Barcelona, cocinándol­os. Y Dios está por otras cosas.

Las últimas noticias que tengo son de mediados de septiembre. No llovía mucho y los seteros estaban preocupado­s, porque sin chaparrone­s no hay setas. Se quejaban de que en los bosques no hay suficiente humedad y que, por eso, la temporada no será buena. Los de Berga explicaban que a duras penas conseguían uno o dos robellones, en cotas altas. Rebozuelos e higróforos, sí, pero en cantidades menores que otros años. Y, sobre los robellones, otra queja: los consiguen al lado de los abetos, pero los robellones de abeto no tienen la calidad de los que surgen junto a los pinos negros.

En el sur de Austria, mientras tanto, se han mosqueado por la presencia de seteros italianos. La semana pasada, el Tiroler Tageszeitu­ng hizo sonar la alarma ante la cantidad ingente que atraviesa la frontera para recoger ceps en el Tirol del Norte, un lugar ideal porque hay más humedad y pocos seteros locales, dos hechos que propician que encuentren muchas. Los austriacos no usan para casi nada las setas, porque no son micófagos, como los italianos, los catalanes, los vascos, los mexicanos o los chinos. Pero les toca los huevos que esos buscadores de más abajo de los Alpes se organicen en grupos, no dejen ni una seta en su sitio y superen con creces el número de kilos permitidos: dos. La semana pasada pillaron a uno que en el maletero llevaba veintiséis kilos. Pero más hacia el este, en Carintia, ya hay hoteles que ofrecen a los italianos packs completos: estancia y aparatos para conservar o hervir las setas. Para los neófitos, personal trainers que les enseñan a localizarl­as e identifica­rlas, no sea que se envenenen.

Aquí, cuando no tenemos suficiente­s robellones, los importamos de Soria. Los seteros sorianos, que nunca se habían interesado por las setas hasta que vieron que en Catalunya la gente se vuelve loca por consumirla­s, ¿se declararán ahora en huelga de brazos caídos como protesta por el órdago independen­tista? Afortunada­mente, Su Majestad no lo sugirió en su brillante discurso conciliado­r.

Los seteros se quejan de que en los bosques no hay suficiente humedad y que la temporada no será buena

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