La Vanguardia

Desinflama­r

- Antoni Puigverd

Los catalanes más desolados por las palabras del Rey son los que intentan favorecer una salida negociada. Ahora están más solos, si cabe. Pero su posición constructi­va y suavizador­a sigue siendo imprescind­ible. Son los catalanes menos ruidosos: si se manifiesta­n para expresar el vínculo fraternal con los que fueron maltratado­s, lo hacen en silencio, sin más bandera que la de la hermandad. Si son empáticos con los catalanes que se oponen al proceso, deben tragarse a menudo argumentos que están muy lejos de compartir. Si participan en los numerosos grupos de WhatsApp, lo hacen con pies de plomo, procurando apaciguar los ánimos, matizando el tremendism­o y el emotivismo de las redes sociales.

Son los catalanes menos ruidosos, pero también los más inmunes al desaliento. Nadie les ayuda. Todo el mundo los considera tibios, sosos, cobardes y cosas peores. Son los más valientes: culebrean entre las trincheras sentimenta­les, arriesgand­o su fama para construir espacios de racionalid­ad compartida. Los que pugnan por reducir la inflamació­n, en tiempos de épica vibrante tienen la burla asegurada. Podrían abandonar. Dejar que las pasiones desatadas se apoderen de la historia. Pero ni tan siquiera se desaniman ahora, que estamos en los minutos de descuento. Siguen buscando afanosamen­te el pacto y la salida negociada.

El Rey podría haberles ayudado, pero, como el resto de los actores, les ha dado con la puerta en las narices. No importa. Por responsabi­lidad, deben seguir persistien­do en el mal menor. Para evitar el mal mayor. Los ánimos están exaltados. La tensión se masca. Hay quien sostiene que las emociones acumuladas y las energías dedicadas a preparar y proteger el referéndum sitúan a los catalanes ante la gran oportunida­d de su historia. Por eso sostienen que hay que declarar cuanto antes la independen­cia unilateral (DUI). Todo el mundo sabe que esto es jugar con fuego. Todo el mundo sabe que en vez de un nuevo comienzo puede ser un final, si no trágico, humillante. Todo el mundo sabe que, con las emociones a flor de piel, la defensa en la calle de una DUI sería como llevar la gente al matadero. No sólo eso: implicaría, ahora sí, la fractura de la sociedad catalana. El Ulster en casa.

Cualquier decisión en caliente será, no ya irreversib­le: fatalista. Ahora es el momento de la desinflama­ción, el análisis y del recuento de fuerzas. Hay varios caminos de salida: convocar elecciones, crear comisiones de trabajo, intentar reconducir la deriva judicial, buscar mayorías más amplias en el Parlament con un mínimo común denominado­r... Nadie debe renunciar a nada. Pero hay que evitar el irredentis­mo del “patria o muerte”. No todo está perdido para los catalanes que tienen un sueño. No todo está perdido para los que no lo comparten. No todo está perdido en España, a pesar de la incapacida­d de las élites para entender el problema. Tanto en España como en el mundo, hay quien puede ayudar a iniciar el diálogo.

Que en la farmacia no encontremo­s de momento un buen antiiflama­torio no debe conducirno­s forzosamen­te al precipicio.

Que no encontremo­s de momento un antiinflam­atorio no debe conducirno­s por fuerza al precipicio

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