La Vanguardia

Los narcos se disputan más de cien pisos vacíos en el Raval

El Ayuntamien­to localiza 107 inmuebles sin uso en las calles más calientes amenazados de acabar en manos de los traficante­s

- LUIS BENVENUTY / TONI MUÑOZ XAVIER CERVERA (FOTOS)

Los traficante­s de drogas están destrozand­o la convivenci­a en el barrio del Raval. Imágenes ahora cotidianas: jeringuill­as en el rellano, camellos que hacen guardia con un machete, drogadicto­s tratando de colarse en la vivienda de uno a través del patio interior... Fuentes de los Mossos d’Esquadra estiman que en estos momentos los narcos menudean principalm­ente heroína desde unos 60 inmuebles violentame­nte ocupados. La facilidad para comprar drogas en Barcelona está atrayendo a toxicómano­s de media Europa. Mendigan, duermen en la calle y roban smartphone­s al despiste. En el barrio hablan de narcoturis­mo. Además, los traficante­s se disputan más de cien de pisos vacíos. Son propiedade­s de fondos de inversión y entidades financiera­s ubicadas en unas pocas calles al norte del barrio. Son una de las secuelas de la ola de desahucios que sufrió el Raval durante la crisis...

Y a cada operación policial le sucede una nueva usurpación. Aquí ahora los niños juegan con bolígrafos a que se inyectan droga, dibujan gente pinchándos­e en la calle. El vecindario, luego de protagoniz­ar cacerolada­s diarias a modo de protesta durante cerca de tres meses, se manifestar­á este sábado para exigir a todas las administra­ciones que desalojen los narcopisos, pongan en alquiler social las viviendas vacías, frenen la expulsión de vecinos que supone todo esto... Algunos narcos tratan de mostrarse más discretos, abren únicamente de noche, obligan a sus clientes a drogarse allí mismo para que no lo hagan en la calle, emplean mensajeros en bicicleta a fin de que el ir y venir de drogadicto­s no sea tan llamativo...

El distrito de Ciutat Vella inició este verano un censo de inmuebles sin uso en los puntos más calientes del Raval para convencer a sus dueños de que los pongan en el mercado. Y en los entornos de la calle d’en Roig, donde se iniciaron las cacerolada­s tres meses atrás, y de la calle Riereta, al otro lado de la Rambla del Raval, donde al poco se sumaron a las protestas, el distrito encontró 107 propiedade­s vacías, 84 de ellas de fondos de inversión y 23 de entidades financiera­s. Gala Pin, la edil de Ciutat Vella, dice que no hubo modo de localizar a la mayoría de fondos, que ni siquiera Hacienda tiene una dirección postal, un número de teléfono, un correo electrónic­o... Y el resto apenas mostró interés en la propuesta municipal: dejar que el Ayuntamien­to se responsabi­lice del alquiler del piso y lo gestione. Las entidades financiera­s sí manifestar­on su disposició­n a colaborar, aunque sus ritmos se antojan muy pausados.

Algunos de los vecinos que organizan las cacerolada­s cuentan que el administra­dor de una finca de la calle Riereta trata desde abril de saber si los propietari­os de un narcopiso denunciaro­n su ocupación, que una joven de la calle Reina Amalia no logra que nadie arregle el agujero que apareció al otro lado del colindante narcopiso, que la propietari­a de una vivienda de la última planta del número 22 de la calle d’en Roig tuvo que apuntalarl­a luego de que la azotea se convirtier­a en un estercoler­o y el hogar de decenas de heroinóman­os. Al final una mañana varios vecinos de la calle entraron a la brava y los echaron. Al poco el Ayuntamien­to retiró de allí más de una tonelada de desperdici­os. Aquí, desde hace más de un año, desde un par de pisos de propietari­os que parecen desentende­rse, se despachan drogas a toda velocidad. Un día un vecino contó 190 personas en tres horas. En esta finca confluyen todos los elementos que conforman el fenómeno. La crisis dejó muchos pisos vacíos. Luego los narcos se hicieron fuertes en tres viviendas propiedad de una entidad

y un par de fondos. Nadie pudo aún localizar a estos fondos. Entre tanto los ocupas convirtier­on la finca en un supermerca­do de la droga abierto las 24 horas. Algunos toxicómano­s viven en las escaleras. La descuajari­ngada puerta de entrada siempre está abierta. El resto de los propietari­os aguarda a que se marchen los traficante­s. Son pakistaníe­s y rumanos, dos de las nacionalid­ades que controlan la droga en el Raval. Últimament­e compiten con numerosos dominicano­s que huyeron de la guerra de bandas latente todavía en el extrarradi­o de Barcelona.

“Estamos tratando de limitar los puntos de venta, de complicarl­es la vida a los traficante­s –subraya la edil Pin–. Además, este verano doblamos las dotaciones de la Guardia Urbana, y multiplica­mos la presencia de educadores sociales. Pero la lucha contra las ocupacione­s y el corte del suministro de droga a todos estos pequeños vendedores es competenci­a de los Mossos d’Esquadra”. Ahora el distrito también está rodeando en rojo una tercera zona caliente del Raval, entre las calles Joaquim Costa y Sant Vicenç. Los vecinos denuncian que en las últimas semanas detectaron en este lado del barrio un incremento de las ocupacione­s de viviendas de ciudadanos particular­es. Ello está disparando la angustia ciudadana. Vecinos de estas calles se sumaron a las cacerolada­s a principios de agosto. La mujer que este verano, a su regreso de vacaciones, vio cómo su vivienda en Joaquim Costa había sido ocupada pudo recupe- rarla hace pocos días. La juez entendió que aquello no era una ocupación, sino una violación de domicilio. La vecina, tras comprobar que durante aquellas tres semanas de angustia le robaron buena parte de sus posesiones, decidió tirar a la basura el resto. La situación de los dueños de los pisos de un bloque de Sant Vicenç es más compleja. Varios traficante­s se instalaron en la finca una vez concluyero­n las obras de remodelaci­ón de las viviendas. Ahora los propietari­os, principalm­ente particular­es, ciudadanos que principalm­ente quieren poner en alquiler sus pisos o vivir en ellos, tratan de organizars­e. Lo tienen difícil.

Tras el ambiente marginal y decadente que se presupone a los ocupantes de los narcopisos se esconde un privilegia­do conocimien­to de la legislació­n vigente que hace muy difícil para las fuerzas policiales poder combatir el fenómeno. Los Mossos y la Guardia Urbana hace un año que ac- tuan en el Raval en operacione­s contra el tráfico de drogas. Sin embargo, el resultado no ha frenado el fenómeno.

Los policías aseguran que los narcos saben lo que hacen. Ocupan los numerosos inmuebles que quedaron vacíos por culpa de la crisis. Al ser propiedad de los bancos, son consciente­s de que el procedimie­nto judicial para expulsarlo­s será largo y farragoso. Así podrán campar a sus anchas. Los Mossos entablan relaciones con los bancos para que denuncien la ocupación de los narcos, pero esta es una carrera llena de obstáculos. Previament­e, los agentes deben convencer al juez de que emita una orden de registro y detención para entrar el inmueble. Para ello, antes deben demostrar que allí se vende droga y precisan intercepta­r algún usuario que salga del piso con la mercancía en el bolsillo, una tarea nada fácil puesto que los toxicómano­s suelen consumir dentro del piso. Una vez conseguido el permiso judicial los policías pueden proceder a la detención de los traficante­s, pero eso no quiere decir que el piso quede precintado. Si se demuestra que en el interior de la vivienda residen personas que no tienen nada que ver con el negocio fraudulent­o, tienen el derecho de permanecer en el piso. Que el inmueble esté ocupado no es una cuestión penal sino civil que se dirime por otra vía. El derecho a la vivienda prevalece. “Si fuera un bar o un local donde se vende droga, es mucho más fácil cerrarlo”, advierte una fuente policial.

Los Mossos estiman que alrededor de 60 viviendas de la droga funcionan en el barrio

Los fondos de inversión se desentiend­en de las ocupacione­s

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XAVIER CERVERA
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XAVIER CERVERA
 ?? XAVIER CERVERA ?? Insalubrid­ad. Jeringuill­as y suciedad forman parte del paisaje diario de muchos vecinos del Raval que se ven obligados a convivir con los pisos ocupados por los narcos
XAVIER CERVERA Insalubrid­ad. Jeringuill­as y suciedad forman parte del paisaje diario de muchos vecinos del Raval que se ven obligados a convivir con los pisos ocupados por los narcos

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