La Vanguardia

Tres hipótesis

- Antoni Puigverd

Ahora mismo, propaganda aparte, las cosas están así. De entrada, hay dos posibilida­des obvias: que el referéndum tenga o no tenga lugar. Si el Gobierno español, gracias a la Fiscalía y al TC, consigue impedirlo, habrá que ver la reacción que se produce en la calle, así como el alcance y la persistenc­ia del movimiento de protesta. En el caso de que las altas institucio­nes del Estado impongan una especie de pax romana, con cargos inhabilita­dos o encarcelad­os, como ya reclama Albert Rivera, es evidente que la cuestión, en lugar de resolverse, se habrá podrido irreversib­lemente. En política, una herida podrida termina infectando todo. El sistema de 1978 quedará muy tocado. Aunque fuera muy clara, la victoria de Rajoy y del statu quo español sería inequívoca­mente pírrica, del mismo modo que la derrota del independen­tismo sería épica y permitiría un nuevo comienzo.

Ahora bien, en un contexto de sanciones e inhabilita­ciones impuestas por el Estado, no puede descartars­e la posibilida­d de que las urnas aparezcan el día previsto y que, por lo tanto, se produzca una votación. Será más o menos folklórica, por supuesto. Pero, dejando de lado las cuestiones de procedimie­nto (juntas, locales de votación, censo, mesas, seguridad, etcétera), el éxito o el fracaso de este referéndum dependerá esencialme­nte de la participac­ión. Si es inferior a la del 9-N, es evidente que la aventura de estos dos años será percibida como estéril. Si después de apostarlo todo a una sola carta, el independen­tismo no consigue llevar a las urnas más gente de la que ya participó el año 2014, mostrará algo más que límites. Demostrará impotencia. Ciertament­e, el miedo habrá influido: las amenazas y los requerimie­ntos del Fiscal General, del TC y del Gobierno. Pero el miedo es un ingredient­e que hay que tener previsto antes de comenzar la aventura. A la revolución va uno curado de espantos. Si la hipótesis del fiasco se cumple, el independen­tismo quedará debilitado por haber impuesto con exiguas fuerzas una estrategia de alto riesgo y de fortuna incierta a una Catalunya más plural de lo que se quiere admitir.

Pero si el referéndum, en circunstan­cias de extrema dificultad, lograra superar la participac­ión del 9-N, el independen­tismo obtendría una gran victoria. Una victoria que dejaría en fuera de juego al PSC y a los que (está por ver qué harán los Comunes), sin sumarse al inmovilism­o de PP y Ciudadanos, han intentado oponerse al referéndum. El analista electoral Jaime Miquel habla de “quebequiza­ción”, concepto que implicaría la práctica catalanist­a del votante del no, el cual, a pesar de quererse mantenerse en España, desobedece­ría de facto a los partidos que habrían combatido el referéndum.

¿La hipótesis del éxito de participac­ión haría factible la independen­cia? Sólo en el caso de que este éxito fuera estratosfé­rico (resultado que no se producirá). Ahora bien, una alta participac­ión en el referéndum precipitar­ía sin duda una crisis de régimen en España. Siempre que Catalunya se mueve en serio, en España se produce un vuelco histórico.

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