La Vanguardia

Lecciones de Francia

- Antoni Fernàndez Teixidó

Macron ha ganado las elecciones presidenci­ales en Francia por un amplio margen. Su victoria ha sido incontesta­ble. El triunfo es importante por razones diversas. Ha salido bien un anchísimo movimiento de raíz popular bajo la bandera de un liberalism­o más bien blando. Miles y miles de ciudadanos se han movilizado activament­e formando parte de un movimiento, En Marcha, de perfil nuevo con una muy destacable presencia en las redes.

La aspiración profunda de su voto es una profunda regeneraci­ón de la política francesa que detenga la progresiva decadencia del país. Se quiere dar un vuelco a la Francia estancada de los últimos años. La victoria también ha sido relevante por su incuestion­able europeísmo. Es la apuesta por un nuevo impulso de la Unión Europea post-Brexit. Los europeísta­s contarán, a partir de ahora, con un aliado que, de momento, parece firme y decidido. No nos tendría que extrañar ver a Macron como adalid del nuevo Manifiesto del 9 de mayo. Y en última instancia, los buenos resultados de Macron se tienen que leer en clave de la derrota de la variante populista del nacionalis­mo francés. Esta cuestión, siendo importante por los resultados obtenidos, no es la más significat­iva desde el punto de vista de la futura acción de gobierno.

¿Qué hay que enfatizar del triunfo de Macron? Es clave el programa formalment­e liberal de En Marcha. Se considera a la empresa privada como un elemento determinan­te para el crecimient­o de la economía, la creación de empleo y la redistribu­ción bien entendida de la riqueza. Se impulsa una valiente agenda de reformas inaplazabl­es del mercado laboral. Se hace una apuesta decidida por la movilidad económica y social en la era digital. Se promueve la aceptación y proyección de una sociedad cambiante y móvil donde la investigac­ión y la innovación son utensilios imprescind­ibles.

Se considera esencial un Estado un punto adelgazado que tenga como prioridad principal ayudar a los que no pueden seguir, poniendo el acento en la protección de todos aquellos que viven en circunstan­cias adversas su día a día. Un contrato social explícito sobre cuatro pilares: educación, cultura, salud y el papel de la justicia en un mundo de separación real de poderes. Todo eso acompañado de una reflexiona­da moderación fiscal. Se promete una rebaja de impuestos atrevida para las clases medias francesas, profundame­nte maltratada­s por el estatismo rampante de largo alcance en el país vecino. Y finalmente, una tolerancia cero hacia la delincuenc­ia y una laicidad inflexible que esté presente en la acción política del Gobierno y las institucio­nes francesas.

Los liberales asumimos con agrado este programa. De hecho, es el nuestro desde hace años. Con matices, puntualiza­ciones y precisione­s, pero lo podemos defender. Leyendo con detenimien­to el programa de En Marcha tengo, sin embargo, la sospecha de que está empapado de un designio ligerament­e socialdemó­crata. Se verá.

¿Qué lecciones podríamos aprender de los resultados de las últimas elecciones francesas desde Catalunya? La primera es comprobar esperanzad­os cómo la sociedad puede dar un salto adelante gigantesco si las condicione­s objetivas para el cambio están lo bastante maduras. Aun reconocien­do cuán decisiva ha sido la previsible implosión de los partidos tradiciona­les. Aparece la repentina certeza de que no hay que recorrer pesadament­e todos los estadios intermedio­s. Se puede ahorrar tiempo y trabajo.

La segunda lección es la importanci­a estratégic­a de batallar por la renovación democrátic­a. Eso vale la pena siempre, pues resulta imprescind­ible. Hay que conectar estrechame­nte con la ciudadanía para que haga suya esta exigencia que tiene que afectar, intergener­acionalmen­te, a todos aquellos que se sienten llamados a luchar por una profunda metamorfos­is.

La tercera es constatar que sin un partido estructura­do el salto adelante es perfectame­nte posible. A Macron y los suyos les espera un cometido nada fácil pero si aciertan la diagnosis y la formulació­n de las primeras medidas, el partido político vendrá después. Se tendrá que buscar y conseguir una nueva mayoría social y el partido será el subproduct­o.

La cuarta y última lección es que no se tienen que emprender rutinarias políticas de reformas ya probadas. Se tiene que querer llevar a cabo una auténtica transforma­ción de la sociedad. Desde bases nuevas y estimulant­es. Este gran reto sólo se puede alcanzar con un claro emplazamie­nto a la ciudadanía haciéndole ver que la implicació­n y el compromiso políticos no es cosa de los demás, si no de cada uno de nosotros. En este camino, la apelación a los jóvenes con su entusiasta aportación se vuelve esencial. Transforma­r quiere decir hacer del viejo país uno nuevo. Sin embargo, sin caer en sueños bienintenc­ionados. Esta es una generosa y trascenden­te tarea que le correspond­e a todo el mundo.

Percibo un claro paralelism­o entre la vieja Francia y la vieja Catalunya. Los dos países viven momentos especialme­nte delicados. Sin duda, el rumbo tiene que ser corregido. Hay que aprovechar el impulso y la energía de fondo, de que uno y el otro disponen sobradamen­te, para dejar atrás el pasado y hacer frente el presente sin esperar el futuro. Hay mucho por hacer, allí y aquí. Y todo puede ser hecho. La victoria de Macron y su movimiento liberal es la prueba inequívoca que, más allá de ser necesario, es posible.

Hay que aprovechar el impulso y la energía de fondo para dejar atrás el pasado y hacer frente al presente sin esperar el futuro

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JAVIER AGUILAR

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