La Vanguardia

Espiritual­idad

- Pilar Rahola

Este año coinciden, en su fiesta sagrada, dos de las grandes comunidade­s religiosas del mundo, la judía y la cristiana. Ambas celebran aspectos trascenden­tales de su identidad y en ambas, el sentido espiritual es profundo. Entre la Pesaj hebrea y la Pascua cristiana transitan millones de personas que recuerdan, desde la liberación del pueblo hebreo después de 210 años de esclavitud, hasta la pasión, muerte y resurrecci­ón de Jesús. En ambos casos habrá rituales, ayunos y liturgias solemnes, y las comunidade­s se sentirán cómplices de una identidad espiritual que las define y completa. Estamos, pues, en unas fechas que marcan nuestras pautas espiritual­es desde hace siglos. El judaísmo y su derivada posterior, la amplia familia del cristianis­mo, ambas fundamenta­les en la formación de la identidad cultural de todo Occidente.

En este punto, tres aspectos importante­s: la cuestión espiritual, la réplica ideológica y la identidad colectiva, las tres imbricadas en el debate global sobre el hecho religioso. Empiezo por lo espiritual: ¿vivimos estas fiestas con sobrecarga trascenden­te o sencillame­nte son una tradición que nos regala un valioso tiempo de ocio? Por supuesto, habrá de todo, pero incluso entre gentes que no viven su religiosid­ad, o ya no son creyentes, la Pascua se percibe como algo solemne y son muchos los que comen el famoso bacalao del Viernes Santo, precisamen­te por respeto. Quizás son los restos de trascenden­cia que aún necesitamo­s para digerir estos tiempos de vida fast

food, que nos atrapan en la prisa y nos roban la pausa. Sea como sea, la espiritual­idad debería conformar nuestra vida cotidiana, porque nos eleva sobre la superficia­lidad, da sentido a la individual­idad y, sin duda, nos acerca al prójimo.

Decir esto, sin embargo, puede representa­r una etiqueta ideológica antipática en esta cultura antirrelig­iosa que impregna el discurso políticame­nte correcto jaleado por el progresism­o. Alguien me diría que es la defensa de la laicidad, tan necesaria en una sociedad libre, pero no lo creo porque no parece que haya un relato laico en los postulados de la izquierda, sino un relato anticatóli­co y, por supuesto, antijudío, al tiempo que acostumbra a proyectars­e un patético paternalis­mo con el islam. La izquierda de estos páramos es, en general, contraria al legado judeocrist­iano que nos define, lo cual les aleja de los valores de la modernidad. Porque es ahí, en la cultura judeocrist­iana, donde nacen y se refuerzan dichos valores.

Finalmente, el tema laico. ¿Deberíamos prescindir de las fiestas religiosas tradiciona­les, a favor de la laicidad? De ninguna manera porque conforman nuestra memoria colectiva y han forjado nuestra identidad. Somos pueblos con muchos siglos en la espalda y nuestra religiosid­ad nos explica y nos vincula a la memoria y al pasado.

Despreciar ese legado sería tanto como navegar sin brújula.

El relato de la izquierda no es laico, sino anticatóli­co y antijudío, y paternalis­ta con el islam

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