Círculo vicioso: de Aznar a Rufián
Los 136 minutos que Mi
casa es la tuya (Telecinco) le dedicó a José Maria Aznar obtuvieron un resultado de audiencia analizado con lupas de diversos calibres. Que a una mayoría absoluta de espectadores no le interesara la recreación hagiográfica del expresidente no ha sido suficiente y ha habido que añadir la minoritaria pero hiperactiva turba del odio digital. El programa ofreció detalles interesantes, como los testimonios sobre los momentos más dramáticos del mandato de Aznar. O cuando, sin la arrogante tensión que solía utilizar estando en activo, Aznar explicó las circunstancias del atentado que sufrió. Se ha acusado a Bertín Osborne de hacerle un masaje empalagoso, sin matices críticos y con un exceso de hospitalidad cortesana pero es el mismo tono que Pablo Motos utiliza cuando recibe a Isabel Pantoja o a una estrella de Hollywood. Aunque provoque grandes ataques de indignación, el encuentro Osborne-Aznar quizás sea el documento televisivo más completo sobre un estilo –para bien y para mal– de hacer política, de interpretar el propio legado y de exhibir una notable megalomanía abdominal. Con este programa está pasando algo curioso: los que no lo han visto y dicen pestes preventivas sobre él tienen que competir con los que lo han visto y dicen pestes fundadas. Demasiado largo, el encuentro abusó de la acumulación retrospectiva de halagos y de un compadreo que, en vez de favorecer el relato, lo perjudicó. Lo que más me gustó fue descubrir que Aznar es admirador de los Gipsy Kings, especialmente de la canción No volveré, que no hay que confundir con otra del mismo grupo, Tú quieres volver.
La intervención del diputado republicano Gabriel Rufián en la comisión del congreso, en cambio, ha provocado menos unanimidad: la rabia se ha repartido entre los que lo adoran y los que lo execran. Rufián encontró en Daniel de Alfonso a un interlocutor lo bastante reactivo y chusquero para desplegar su mejor retórica: la que encuentra en la solemnidad del insulto la excusa para no argumentar. Al día siguiente, en TV3, Rufián pudo explicar sus motivos y se autoproclamó como intérprete de lo que pasa en la calle. Es un recurso habitual entre los demagogos y siempre recuerdo lo que me decía un militante de la Associació de Veïns de l’Esquerra de l’Eixample: “Cuando un político te hable de la calle, nunca dejes de preguntarle a qué calle se refiere”. Pero lo interesante del diálogo en comisión es que ambos interlocutores, Rufián y De Alfonso, adoptaron estilos retóricos más propios de un debate sobre Gran Hermano que del Parlamento. En el caso de Rufián, su talento para torear los intentos de intimidación y colocar golpes dialécticos contundentes me recordó el Kiko Hernández de los primeros tiempos, cuando aún no se había convertido en prescriptor de la paternidad por gestación subrogada. Entonces Hernández sólo era un concursante malvado de
Gran Hermano, que presumía de tener el retrato de Aznar en casa y desplegaba una bilis sin escrúpulos que despertaba nuestros instintos más viciosos como espectadores. Sean cuales sean las calles que Rufián dice representar, está claro que si alguna vez tiene que abandonar la política, podrá tener una carrera exitosa en la tele.
Rufián y De Alfonso se expresaron en un tono más adecuado para la tele que para el Parlamento