El modelo portugués
Gabriel Magalhães expone las cualidades del Gobierno portugués de António Costa, un tripartito que lleva ya un año en funcionamiento, y que demuestra que es posible llegar a pactos de gobernabilidad incluso entre viejos enemigos: “Las mesas en que se sienta Costa suelen llevar a un pacto: se trata de un gran negociador, capaz de aunar el agua y el aceite en un elixir embriagador”.
Los portugueses llamamos geringonça a nuestro actual Gobierno socialista minoritario. Es una designación donde suena un cascabeleo de ironía. De hecho, una geringonça, que podríamos traducir en castellano por “artilugio”, consiste en un artefacto inexplicable que, sin embargo, funciona aunque sea a trancas y barrancas. Gracias al apoyo del Partido Comunista y de la izquierda radical, el armatoste presidido por António Costa se prepara para cumplir un año de gobierno: todo indica que el zarandeo extraño de este motor político seguirá tirando de Portugal en los próximos tiempos.
¿Cómo se construye un artilugio de estos? Lo primero que se necesita son tuercas, tornillos con la misma aleación de la hoz, del martillo de las viejas banderas rojas. Eso y madera bolchevique. De hecho, el Gobierno portugués aguanta porque el Partido Comunista ha decidido respaldarlo con esa seriedad espartana que caracteriza a los herederos de Cunhal. ¿Qué ganan con ello? Hoy en día, los comunistas lusos ya no son ajedrecistas de la revolución, sino, en muchos casos, funcionarios públicos que sufrieron el gabinete anterior, de centroderecha, como un agravio a sus carreras y a sus bolsillos. Este Gobierno les garantiza que, siempre que haya que cortar una tarta, aunque sea la de escasez, su plato será bien servido.
Las ruedas del armatoste las pone la izquierda radical. Catarina Martins, la líder del Bloque (un poco el Podemos portugués), había mantenido con Passos Coelho, el anterior primer ministro, una relación de mutuos malos tratos políticos. Tenía que tumbar a este hombre, aun a costa de grandes sacrificios. ¿De qué ha abdicado el Bloque al apoyar a Costa? Pues de esas utopías que se encontraban bajo de los adoquines del 68 y que podemos ver centelleando aún en las miradas de Pablo Iglesias y, claro, de Catarina Martins. De hecho, este Gabinete socialista no es materia onírica, sino realista y pragmática. Estamos ante un Gobierno con corbata y Catarina sufre lo suyo: “Me arrepiento del artilugio todos los días”, declaró recientemente. Pero los socialistas saben consolar al Bloque con medidas coloreadas de progresismo: leves pinceladas radicales en la acuarela de su gobernación.
El motor, el aceite lubricante de todo esto lo pone António Costa, el primer ministro. Sin él, imposible que el artefacto funcionara. La línea política de este socialista se basa en tres principios. El primero consiste en desdramatizar las cosas: “Pueden ustedes estar tranquilos”, esa es su gran frase. La repite en Portugal, en Europa, por todas partes, subrayándola con sonrisas de miel. En segundo lugar, las mesas en que se sienta Costa suelen llevar a un pacto: se trata de un gran negociador, capaz de aunar el agua y el aceite en un elixir embriagador. Finalmente, para él, el Estado es la vida, y la vida el Estado: Costa cree que su destino es gestionar con insólita genialidad esa máquina eterna.
Lo curioso es que este artilugio gubernativo portugués encaja bien en el actual cuadro europeo. De hecho, en la última década, la Unión ha propuesto a sus ciudadanos una política sin pizca de imaginación: una regla de tres germánica. Se trata de adaptarse a la globalización perdiendo controladamente estatus social y poder de compra con el propósito de conservar un cierto bienestar. Es algo así como una dieta, que te permitirá vivir unos años más, pero que no le dará alegría a nadie.
Este proceso ha instalado un sufrimiento social considerable que la llegada de las recientes migraciones masivas, un fenómeno de gran importancia histórica, ha transformado en inquietud desbordante. La ciudadanía, nerviosa e irritada, tiende hacia dos soluciones: por una parte, la recuperación de las fronteras nacionales, que le darán las garantías que las de la Unión no le ofrecen, y por otra la indignación de izquierdas. El ejemplo máximo de la primera solución es el Brexit, y el de la segunda la llegada al poder de Tsipras. El Gobierno inefable de António Costa constituye una fusión ambigua, muy portuguesa, de estas dos cosas: su recorrido es suavemente nacionalista y, al mismo tiempo, estamos ante un Gabinete donde confluye y se amansa la protesta social.
Lo más preocupante de este Gobierno es el modo como se enroca en Portugal, defendiendo el viejo castillo del Estado, sin ideas claras para el futuro. ¿Estamos de nuevo ante esa estagnación defensiva, tan frecuente en nuestra historia? De hecho, los portugueses no sabemos aún si Costa es sencillamente un tendero habilidoso que será arrollado por las lógicas de hipermercado de la actual Unión Europea. Se teme que, si se desencadenara uno de esos temporales financieros de la globalización, las camisas de suave seda que este hombre propone en el exterior del bazar luso irían volando por los aires. Pero también puede ser que nos encontremos ante alguien que, dotado de energía, gran cuajo político y capacidad de equilibrio, marcará los próximos años de la vida portuguesa.
El Gobierno inefable de António Costa constituye una fusión ambigua, muy portuguesa