Portman ilumina Venecia con su Jackie Kennedy
Llegan al festival ‘Jackie’ (Kennedy) y ‘Austerlitz’, sobre el turismo en campos nazis
La historia visita Venecia. Ya sea con mirada documental, como la de Austerlitz, o de ficción, donde la imaginación manda, como Jackie, del chileno Pablo Larraín, con buena acogida ayer en la sección competitiva de la Mostra.
Protagonizada por Natalie Portman, gira alrededor de la que fue viuda del presidente Kennedy. En los momentos inmediatamente posteriores al magnicidio, con continuas referencias al tiroteo de Dallas. Y también al pasado, cuando ella y Kennedy se instalan en la Casa Blanca.
“Para mí, Jackie Kennedy es un misterio. Siempre me impresionó esa mujer junto al presidente, incluso en la muerte. Cubierta de sangre, con su marido en el regazo”, dijo el director de la corrosiva El club y de la poética Neruda, de inminente estreno.
Hasta ahora, Larraín había tenido a Chile, en la historia de Chile, su punto de mira. Ahora, con Jackie, el chileno amplía su campo de batalla. Se puede decir que estamos ante un
‘VOYAGE OF TIME’
filme educado, sin ganas de meter el dedo en el ojo de la historia.
Muestra comprensión, y más bien admiración, por la que fue primera dama. Ni acusa ni juzga, pues. Si acaso, con buen pulso, amplifica las incógnitas. “Por un lado tienes la información oficial, toneladas de ella”, dice el director, “Pero en realidad lo que uno quiere saber es lo que pasa detrás de la puerta, y para eso sólo queda la imaginación. Jackie, como personaje, es un desafío y una paradoja”, dice el director.
Jackie toma como punto de vista a la misma viuda, interpretada, a veces, con una cierta sensación de máscara por Natalie Portman. Otras con total entrega. La vemos controlarse en la vida pública y sufrir en la privada.
Jackie no es un juicio a Kennedy. Con sus defectos y sus virtudes, es un homenaje a una mujer maltratada por la historia. “He observado a Jackie Kennedy (después Onassis). Era dos mujeres en una, mucho más contenida en su versión pública”, dice la actriz, que reflexiona sobre lo que significa encarnar una figura histórica: te vistes como ella, y eso te acerca. Pero no quieres que sea una caricatura. No se trata de imitar: se trata de habitar. De sentir y vivir como imaginas que ella lo hacía, y para eso debes buscar las conexiones. Entender el personaje, por supuesto, y hacer que sea tú misma”.
También visitó el Lido la historia del exterminio nazi. Auschwitz, Dachau o Buchenwald, no importa: cualquiera de estos lugares es símbolo del sufrimiento humano y un
El filme especula sobre el encuentro de los líderes del conflicto del Ulster
Malick ha realizado una aproximación poética a la historia de la vida en la Tierra
‘THE JOURNEY’
de la historia más triste de Europa. Y ahí estamos, gracias a Austerlitz, del bielorruso Sergei Loznitsa. Como si fuéramos turistas del sufrimiento.
O mejor, como observadores de esos turistas que se desparraman sobre el recuerdo del horror. El documental de Loznitsa, vagamente inspirado en la obra del mismo título de W.G. Sebald en memoria del Holocausto, ha levantando cierta polémica en el certamen veneciano.
Loznitsa se limita a colocar la cá- mara a distancia y observar a los miles de visitantes de los campos de exterminio, que llegan incluso en viajes organizados. En tropel. Parejas cogidas de la mano. Madres con sus hijos. Jaleo. Bromas. ¿Falta de respeto? Uno puede pensar que están ahí por el deseo de mostrar compasión y misericordia. Pero también están ahí como podrían estar en la playa: por pasar el rato.
En cualquier caso la pregunta permanece: ¿por qué visita uno esos lugares? Y muchos sienten que esa cuestión abierta es una trampa. Austerlitz, desde el silencio, sin tomar partido de forma clara, de una forma aséptica, se puede decir, y una cámara estática, muestra una insoportable superioridad moral, de la que se arroba su director.
Y es que el cine histórico –el cine histórico serio– es siempre un interrogatorio a los acontecimientos. Una interpretación sentimental de la historia.
Y es que todo momento histórico, mirado de cerca, resulta un misrecordatorio
terio. Y una incógnita todo protagonista de esa historia con mayúsculas, que tanto abundó ayer en el certamen. En The journey –fuera de concurso– el misterio se multiplica por dos: dos enemigos irreconciliables que colaboran para conseguir la paz en el Norte de Irlanda.
El reverendo Ian Paisley, el líder de los unionistas, encarnado por Timothy Spall, el protagonista de
Turner. Y Martin McGuinness, el líder del IRA, en manos del irlandés Colm Meaney. Sentados en la parte de atrás de un taxi, camino del aeropuerto. En un viaje, forzado por las circunstancias, sale todo el dolor de
The Troubles (los problemas), el conflicto entre católicos y protestantes. Todo los reproches y todas las amarguras. No sale el perdón, no. Eso sería demasiado. Ni el arrepentimiento. Tan sólo el compromiso por la paz. Para empezar, es suficiente. Es necesario.