La Vanguardia

Venecia: la cultura contra el turismo de masas

Sólo la cultura –y la Biennale– puede salvar a la ciudad de su propio éxito

- SALVADOR LLOPART

Vincenzo Bugno, veneciano, se debate en una disyuntiva: mantener la casa familiar –en el centro de Venecia, junto a la estación ferroviari­a Santa Lucia– o venderla a la primera ocasión. No le gusta en lo que se está convirtien­do su ciudad.

“Cada año, además de venir al festival, paso largas temporadas en Venecia, donde está mi familia. Pero esta ciudad se me hace cada vez más extraña”, dice. Bugno vive en Alemania desde 1988. Forma parte del equipo directivo del festival de cine de Berlín, la Berlinale, desde 2001. “Venecia está carcomida por el turismo. Ya no es una ciudad: es un decorado para turistas”, sentencia. Treinta millones de visitas al año parecen darle la razón.

Los turistas inundan la ciudad de los canales como una especie de aqua alta humana. Antiguos conventos y viejos palacios convertido­s en hoteles. Almacenes abandonado­s transforma­dos en bed and breakfast. La oferta de camas multiplica en estos momento a los 50.000 venecianos que apenas quedan en la ciudad. Hay 116 hoteles de cuatro estrellas (el doble que en 2010), y 21 de cinco estrellas, cuando hace unos años sólo había cinco. Eso, sin contar los miles de apartament­os turísticos en negro. Ni esos buques que son como rascacielo­s en horizontal, varados en la Laguna como dinosaurio­s echados sobre sí mismos. Su presencia se ha limitado, pero Venecia está bajo presión.

Lo que sigue nos suena mucho a quienes venimos de Barcelona. El consistori­o veneciano quiere hacer algo. Limitar el número de visitantes, subir los impuestos, algo. Más extraño nos resulta que intervenga la Iglesia en el asunto. “Venecia tiene que ser una ciudad abierta a todos”, pide el patriarca de Venecia, Francesco Moraglia. “Decimos no al turismo de élite, no al turismo de ricos”.

La culpa de la degradació­n urbana no es toda del turismo, afirman otras voces discordant­es. Los medios de comunicaci­ón piden, por su parte, entrar en razón. El flujo de turistas, que hace fatigosa la vida en la ciudad, es también lo que en buena medida la hace vivir. La culpa no es del turismo, no. O no sólo. La culpa es de la apatía en la que han caído los propios venecianos.

Y sin embargo, Venecia tiene la Biennale, una de las institucio­nes culturales más poderosas del mundo. Tanto la Bienal internacio­nal de Arte de Venecia como el Festival Internacio­nal de Cine de Venecia son los primeros y más antiguos eventos de su género. Ambos están bajo la cobertura de la Biennale, que organiza también bienales –cada dos años, como la de arte– de arquitectu­ra, de teatro y música. La bienal artística, que se celebró en 2015, recibió más de medio millón de visitantes, un 30 por ciento de los cuales fueron jóvenes y estudiante­s. La anterior Bienal de arquitectu­ra recibió, por su parte, 228.000 visitantes, cerca de la mitad también jóvenes.

La cultura hace que, a pesar de todos sus problemas, Venecia se perciba, desde una perspectiv­a cultural internacio­nal, como una urbe en ebullición. “La Biennale es el mejor símbolo de la vida en la ciudad. No es una cosa del pasado. El festival de cine vuelve cada año, se transforma. Es como el Ave Fénix que renace de sus cenizas. De igual manera, las otras actividade­s culturales que acoge la Biennale”, afirma Paolo Baratta, Presidente de este conglomera­do cultural que marca la vida veneciana.

Porque la Biennale no se rinde ante el dinero fácil del turismo y quiere algo más para la ciudad. Este año inaugura una nueva sala, la sala Giardino, que es más que una sala. Para Baratta “es un símbolo”. El nuevo teatro aporta poco más de 400 butacas al certamen. No es mucho. Pero se erige en una zona que el festival tuvo abandonada muchos años, muy cerca del Palazzo del Cinema, sede central del Festival de Cine. y donde Baratta tiene su despacho. Allí mismo, donde durante años ha habido un agujero inmenso, la nada, ahora se levanta un cubo con aires de monolito de película de Kubrick. Un cubo de un rojo intenso, una sala visible desde muy lejos, como una bandera del certamen.

“Ese cubo es el símbolo de la renovación arquitectó­nica de la Mostra y de Venecia”, añade. Una sala que desaparece­rá cuando el festival termine, el próximo sábado, 10 de septiembre. ¿Por qué no mantenerlo, como hizo París con la torre Eiffel? “Porque precisamen­te queremos que sea el símbolo de algo que cada año muere y que cada año renace, como el festival de cine. Ya tenemos suficiente­s salas. Lo que ahora necesitamo­s es un símbolo de la vida renovada”, dice Baratta. “Y de esperanza para la ciudad”.

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ANDREA SPINELLI / GETTY En Venecia sólo quedan 50.000 residentes habituales; la población huye de una ciudad asediada por el turismo y los buques, rascacielo­s en horizontal varados en la laguna
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