La Vanguardia

Si nos ponemos las pilas, mejor

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Ante todo, dejemos algo claro: Roselyne Bachelot metió la pata. Nadie debería salir a la palestra y acusar de tramposo a un deportista (Rafael Nadal) si no tiene pruebas en su contra. No debería hacerlo un ciudadano de a pie. Y mucho menos, una exministra de Deportes francesa.

Las palabras de Bachelot –“si Nadal dejó de jugar el año pasado, no fue porque estaba lesionado, sino por un positivo”, dijo– quemaron el prado: sin motivo aparente, mancharon el nombre del tenista.

Pero también emborronar­on la trayectori­a de la propia Bachelot, a quien ahora se le ha calificado como una “idiota” (Toni Nadal dixit) o como una “charlatana” (Miguel Cardenal).

Cosa muy distinta es la imagen que el deporte de nuestro país proyecta hacia el exterior. Al menos, en algunos foros. Esta semana, en Lausana, Enrique Gómez Bastida está sudando tinta: debe responder a los organismos internacio­nales que le piden explicacio­nes en la lucha contra el dopaje. La Agencia Española para la Protección de la Salud en el Deporte (Aepsad), el ente que Gómez Bastida preside, va muy retrasada. Se suponía que la nueva Ley Antidopaje debía haber salido a la luz en noviembre. Pero ahí estamos: el asunto sigue empantanad­o, en los despachos, según algunos porque no hay gobierno en el país. Y sin Cortes, no hay leyes. Como excusa, todo vale. Pero hay motivos para sonrojarse. Las consecuenc­ias de las operacione­s Grial, Puerto y Galgo fueron anecdótica­s, se diría que ridículas. En total, hubo decenas de detenidos. Y multitud de registros. Se encontraro­n frascos de sangre en las neveras de algún atleta. Se intercepta­ron emails compromete­dores: más de un deportista le preguntaba

En España, la lucha antidopaje va muy retrasada: en concreto, cinco meses; y por ese motivo la AMA le sigue los pasos

a un médico por tal o cual sustancia. Se descodific­aron referencia­s encriptada­s. Algunas eran abreviatur­as. Otras, el nombre de un perro. O un apodo. Se sometió a más de un imputado (se dice investigad­o, perdón) a la pena de telediario. Asistimos, incluso, al suicidio de un presunto colaborado­r. ¿Y? En España, aquellas operacione­s no aclararon nada. Ni siquiera tumbaron a Jan Ullrich, implicado en la operación Puerto (2006), absuelto en Madrid y sólo castigado por la justicia alemana.

En materia de dopaje, mi generación perdió la virginidad en 1988, cuando cazaron a Ben Johnson. Lo he asumido, ¿cómo no? ¡Han pasado muchos años! Pero en su momento, a mis 18 añitos, aquel asunto me sentó fatal. Me abrió los ojos y me cerró las puertas. Me demostró que algunos listos están dispuestos a llegar arriba por el camino más corto. Y que los mecanismos para detenerlos no están preparados.

Si yo fuera un dirigente deportivo, me pondría las pilas: tendría cuidado ahí fuera.

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Sergio Heredia P O R L A E S C U A D R A

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