La Barcelona cultural del futuro
Desde que hace ya ocho meses la plataforma ciudadana Barcelona en Comú llegó a la alcaldía de esta ciudad, colecciono artículos que hablan del futuro cultural que nos espera. A otros les interesará la pacificación del tráfico o del turismo, a mí el porvenir de galerías, cines, librerías, museos y teatros. Vaya por delante que mi interés obedece al más puro egoísmo, pues mal que bien me considero una parte infinitesimal de esta cultura y quiero saber si me toca emigrar o aún no.
Los artículos en cuestión hablan desde distintos puntos de vista y sensibilidades, pero siempre con la preocupación como denominador común. Una sombra de duda que ha vuelto a cernirse sobre nuestro colectivo con la llegada a la Generalitat de Catalunya del nuevo conseller de Cultura, Santi Vila, de formación historiador, aunque no hubiera ocupado antes ningún cargo vinculado al sector. ¿Podrán él y Berta Sureda, actual comisariada de Cultura del Ayuntamiento, revertir un estado de cosas bastante preocupante? ¿Y podrán hacerlo en un plazo razonable?
No han sido sólo el IVA traidor y la falta de presupuesto los que nos han llevado hasta donde ahora estamos. En cualquier sector sensible, y el cultural lo es, la mala gestión se paga cara y arrastra una buena resaca, amén de un paquete de necesidades urgentes que precisan medidas igualmente urgentes. Como a algunos los cambios políticos no nos dan miedo y los vemos como grandes oportunidades de mejora, empecemos por resumir el actual panorama sin remontarnos a aquel 1907 en el que, durante la V Exposición Internacional de Arte de Barcelona, nuestros coleccionistas de arte no compraron ni un Monet ni un Renoir por hallarlos poco interesantes: la realidad es que el tejido cultural barcelonés, y por extensión catalán, se ha ido encogiendo y perdiendo empuje por razones que no tienen un único responsable.
Algo habrá, pues, que hacer para evitar que la Barcelona cultural se convierta en un globo aerostático gigantesco al que se ascienda desde el pináculo más alto de la Sagrada Família, mientras quienes padecen de vértigo pasean por el Raval siguiendo los pasos de Jean Genet o Pepe Carvalho, este último interpretado por cierto en televisión por Juanjo Puigcorbé, hoy diputado delegado del área de Cultura de la Diputación de Barcelona, quien también tiene vela en este entierro. Este es, pues, el momento de inclinar la balanza hacia una ciudad mucho más dinámica y culturalmente menos esmirriada.
Saber que el Ayuntamiento quiere “democratizar” la cultura suena bien. Para ello ha comenzado abriendo debates como el ciclo Valor, que en estas fechas está teniendo lugar en la Virreina. Nos consta que la falta de un debate real ha sido uno de los grandes déficits de las últimas décadas, pero también la politización, el provincianismo, la endogamia y esa manera que tiene TV3 de vendernos la cultura como una sucesión de videoclips. El conseller de Cultura casi no ha tenido aún tiempo de anunciar sus objetivos, mientras “la cultura de base” que coloca entre sus prioridades el nuevo equipo municipal no va a bastar para construir nada realmente edificante.
Pero mi gran preocupación en estos casi nueve meses de aires nuevos, los que necesita una gestación completa, es no haber oído mencionar ni una sola vez una de las grandes lacras de nuestro paisaje cultural: la infrarrepresentación de las mujeres en todos y cada uno de los sectores de la cultura. Lo demuestran cifras altamente preocupantes a las que se suma la reciente aprobación en el Parlamento catalán de una ley de Igualdad efectiva de mujeres y hombres que incluye un artículo (art. 24) dedicado a la cultura que nadie parece haberse molestado en leer. ¿En qué clase de pies de barro queremos sustentar nuestro futuro cultural si no empezamos con aspectos tan fundamentales como ese?
El tejido cultural barcelonés se ha ido encogiendo y perdiendo empuje