El abrigo de pieles
Pregunta de la periodista (Ana Romero): “¿Demoraría el pago de los 10.000 millones de euros que la Comisión Europea nos exige?”. Respuesta del político (Pablo Iglesias): “Precioso abrigo de piel el que trae usted”. Brillante diálogo: no se me ocurre mejor ejemplo de esta especie de patología colectiva que sufrimos últimamente. A saber: nos estamos jugando cosas importantísimas, pero en vez de discutir sobre ellas (si no cuadran las cuentas, ¿podremos relajar el objetivo de déficit?, ¿qué haremos si Bruselas no nos deja?, ¿subiremos impuestos?, ¿a quién?, ¿recortaremos?, ¿en qué?...), ¿de qué hablamos? De ropa y complementos. Del abrigo de Romero, las túnicas de los Reyes Magos contratados por el Ayuntamiento de Madrid, las camisetas de la CUP, de si esta diputada llegó en va- queros y aquel otro en bicicleta y quién se pone o no corbata. De peinados: la coleta de Iglesias, las rastas del diputado canario de Podemos, el flequillo de Anna Gabriel. O de gestos y proclamas: de que Colau hizo quitar el busto del Rey, Forcadell gritó “Visca la República catalana!” al tomar posesión en el Parlament, Puigdemont juró su cargo sin mencionar la Constitución, Podemos propone un ministerio de la plurinacionalidad…
Me dirán que los símbolos son importantes para visualizar las ideas: la sandalia en la mano de David Fernàndez frente a Rodrigo Rato, el busto de Juan Carlos I embalado en una caja, son imágenes que valen por mil palabras. De acuerdo, pero hay al menos tres problemas.
Uno es que la apariencia es mucho más decisiva en el caso de las mujeres, y no pa- ra bien: a ellas se las descalifica, mucho más que a ellos, por ese motivo (a Colau le han criticado desde el calzado hasta el que no se depile las cejas, a las cuperas un columnista las ha llamado “tiorras feas”), o bien se les da un protagonismo glamuroso que al final, por lo frívolo, las perjudica: le pasó a Fernández de la Vega y le pasará a Colau, fotografiada este mes en Vanity Fair. Segundo problema: es muy fácil engañar con la apariencia: así se explica el tirón populista de Esperanza Aguirre, que es condesa y grande de España, pero se viste en Zara. Tercer y principal problema: se supone que coletas, sandalias, vivas y juramentos son símbolos de otros tantos programas políticos, pero yo lo que veo es que a la hora de la verdad, de programas se habla mucho menos que de rastas, abrigos y corbatas.