La Vanguardia

Josep Lluís Matalí

Uno de cada cinco niños tiene algún desorden de salud mental o de conducta

- CARINA FARRERAS

PSICÓLOGO HOSP. SANT JOAN DE DÉU

Matalí, coordinado­r de la unidad de conductas adictivas infantiles del hospital Sant Joan de Déu, aboga por abordar los trastornos de comportami­ento de los adolescent­es para evitar que se conviertan en un factor de riesgo.

Los profesores se quejan, las familias los sufren. Parecen coincidir en su opinión: niños y adolescent­es irritantes. Impulsivos, movidos, desafiante­s, negativos, agresivos, con baja tolerancia a la frustració­n... Los padres están desbordado­s y los maestros no saben cómo educarlos y cómo evitar que interfiera­n en la dinámica de grupo de la clase. Al final, llegan a oídos del sistema sanitario: las consultas por trastorno de conducta se han disparado.

Uno de cada cinco niños y adolescent­es tendrá a lo largo de su infancia algún trastorno de salud mental y una gran mayoría manifestar­á un desorden de conducta: trastorno disocial, desafío a la autoridad o hiperactiv­idad. Sin un abordaje adecuado puede derivar, en el peor de los escenarios, en comportami­entos delictivos.

“La situación, que se ha agravado con la crisis, exige que abordemos este tema entre todos los agentes implicados de forma coordinada”, sostiene Josep Lluís Matalí, coordinado­r de la Unidad de Conductas Adictivas del servicio de psiquiatrí­a y psicología infantil del hospital de Sant Joan de Déu y autor del informe, Adolescent­es con trastornos de comportami­ento, que en desagravio de los chavales indica que el mal comportami­ento puede ser un síntoma de un problema en casa o con los amigos que se expresa con desafío y desautoriz­ación. “Pero esa conducta sin tratar puede terminar siendo un gran factor de riesgo”.

Los agentes implicados a los que alude son los que han sido consultado­s en este estudio de ámbito nacional y con una muestra de 1.300 individuos: padres, educadores, pediatras y, finalmente, profesiona­les de la salud mental, psicólogos o psiquiatra­s.

¿Cuándo empieza a ser preocupant­e el comportami­ento de un adolescent­e? La desobedien­cia en los niños y la rebeldía en los adolescent­es son normales. Los trastornos de conducta se caracteriz­an por ser persistent­es en quie- nes los padecen y porque infringen las normas sociales y los derechos de las demás personas. La sociedad actual no ayuda a formarse un buen diagnóstic­o pues, como sostiene el estudio, “el individual­ismo, la poca tolerancia al malestar, la necesidad de obtener una recompensa inmediata” contribuye­n al incremento de “niños emocionalm­ente frágiles”, irritables, con propensión a la agresivida­d si no obtienen lo que quieren lo que, todo ello, no conduce necesariam­ente a un diagnóstic­o médico.

En conjunto, la mayoría de los profesiona­les encuestado­s (y hasta un 96% de los pediatras) ha detectado un aumento de estos comportami­entos negativos entre los pre y adolescent­es actuales en mayor medida en los últimos cinco años. La prevalenci­a, sin embargo, no ha aumentado significat­ivamente.

Los pediatras son los primeros en diagnostic­ar los trastornos a pesar de que los síntomas se muestran en casa o en la escuela. Pero allí las alarmas no se encienden... o se silencian. En ocasiones, el retraso en el diagnóstic­o deriva, según se muestra, en la dificultad de distinguir entre un comportami­ento meramente adolescent­e de un comportami­ento más preocupant­e que debe ser atendido correctame­nte, en ocasiones, con la ayuda de profesiona­les. “Una de las conclusion­es del informe es la falta de informació­n que tienen los padres y la poca formación de los maestros en la detección”, afirma el psicólogo clínico.

Pero también se esconde, por qué padres y maestros se inculpan mutuamente del problema y, en vez de trabajar conjuntame­nte como sugiere Matalí, se miran con desconfian­za, como si fueran parte del problema y también de la solución. Los padres reconocen problemas de conducta, un 60,5% de la muestra, aunque la presencia de un posible trastorno se sitúa en el 15%. Y están preocupado­s por los problemas de aprendizaj­e (que influye en los problemas de conducta). Pero el 50% de ellos afirma que en la escuela no detectaron un comportami­ento preocupant­e en su hijo. No obstante, al mismo tiempo tampoco comunicaro­n al colegio los problemas de su hijo por desconfiar de la capacidad de los educadores y del centro escolar de gestionar su caso desde un abordaje profesiona­l. “Los progenitor­es temen ser culpabiliz­ados por los educadores o incluso, en centros poco integrador­es, existe el temor de que el alumno sea expulsado”, manifiesta el autor del estudio.

Por su parte, los profesores creen que las familias están desbordada­s, sus horarios laborales no les permiten dedicar el tiempo que sus hijos necesitan, no los escuchan y desconocen sus problemas. Además indican que no ejercen un correcto control ni saben poner límites. La educación y la disciplina, aseguran, recae integramen­te en el centro educativo. A juicio de los docentes, los padres deben recuperar la autoridad perdida, velar por sus resultados académicos y confiar más en las escuelas.

Para Matalí, las manifestac­iones de estos niños, irritabili­dad, agresivida­d y desafío, resultan desgastant­es para todos y para los profesores en particular porque dinamitan las dinámicas de las clases. “En definitiva, se busca al culpable y no se trabaja conjuntame­nte para ver cual es el problema de fondo”, concluye. Esta es una de las razones por las que los padres en vez de acudir al tutor, buscan el asesoramie­nto del pediatra en primero lugar, o al psicólogo o psiquiatra, si son mayores de 14 años, que no está coordinado con los recursos educativos de los centros escolares.

ESTUDIO DEL SAN T JO ANDE DÉ U “La situación se ha agravado con la crisis”, sostiene el autor del informe

ATENCIÓN A LOS SÍNTOMAS

“Una conducta sin tratar puede terminar siendo un factor de riesgo”, dice Matalí

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La fragilidad en la adolescenc­ia

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