La Vanguardia

Riot Grrrls

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Anna Gabriel, la política más valorada en Catalunya según las encuestas, detenta una posición corporal que neutraliza la tan parafrasea­da insegurida­d femenina, y además tiene buenos bíceps. Bastan su mirada franca y su barbilla desafiante para visualizar­la como una bayadera romántica consagrada a la danza social. Ahí están su compromiso enyesado durante años y su empuje volcado hacia el flanco más débil: la infancia. Se encapricha­n en llamar “nueva política” a lo que representa Gabriel, un término socorridam­ente gráfico para ilustrar otra forma de concebir la res pública, pero lo suyo viene más bien de antiguo: desde la tierna militancia antifascis­ta hasta los cargos en la CUP, además de un abuelo minero y anarquista que, allá por los treinta, cambió Riotinto por Sallent y llegó a quemar su dinero en la plaza del pueblo, convencido de que en el orden social libertario no haría falta. De ser niña ahora, la mujer que ha hecho temblar los cimientos de la política catalana, no hubiera tenido problema con los Reyes Magos madrileños de pinypon: en su casa no había lugar para el realismo mágico.

Cuida su imagen, aunque pueda parecer todo lo contrario: Gabriel es exactament­e la antiArrima­das, siempre tan burguesame­nte correcta. De réplica engallada, ha adecentado la estética perroflaut­a: de la inevitable sudadera de capucha, la prenda activista global según la revista Time, y los tres aros en la oreja, a las camisetas militantes que luce superpuest­as: “Jugem tots o punxem la pilota”. Y aunque Jiménez Losantos lo denomine “look borroka”, y haya recibido junto a sus compañeras zafios insultos por no representa­r la feminidad oficial, su estética tiene más reflexión que la de muchos políticos que solo eligen la corbata a juego con los colores del partido. Vean el flequillo de Jane Fonda en las fotos de sus protestas contra la guerra de Vietnam, o el de la fundadora de la Baader-Meinhof, Ulrike Meinhof: un tajo recto y protestón, a ras de frente. Como el de Anna Gabriel, portadora de un feminismo rectilíneo, de los que adoctrinan por debajo y por enci- ma currando, el extremo más forzadamen­te opuesto al de las reinas de belleza de los narcocorri­dos, tan airados ahora tras la detención del Chapo Guzmán con escenas propias de Homeland y La reina del sur.

Googleas Ana Gabriel, sin doblar la ene, y la primera que aparece es la cantante mexicana nacida en el estado de Sinaloa, tierra deslumbran­te junto al mar y reino del opio, el veneno negro que trajeron los chinos. Sinaloa es el feudo del Chapo, allí donde las muchachas jóvenes empiezan a soñar con hombres malos. Le ocurrió a Emma Coronel Aispura, que ya en el comedor de su casa mamó los principios: “Existen dos clases de riquezas, las que cuentan el dinero y las que lo pesan. Si el tuyo no es el segundo tipo de riqueza, no sabes qué es realmente el poder”, como escribe Saviano en Cero, cero, cero (Anagrama). Porque si bien la mujer clave en la captura de este hombre de metro sesenta y siete –machito, feo, endiosado y putero– ha sido la actriz Kate del Castillo, hay otra que se esconde y calla: Emma Coronel, su esposa y madre de sus gemelas.

Emma llevó corona, bikini y mini, y en las fotos, pese a su juventud, parece ya retocada: melena latina, pechos a medida y vientre de adolescent­e. Llaman buchoneras a las jóvenes que mitifican a los narcos y corren tras ellos, sintiendo la adrenalina al caminar por el lado salvaje con tacones de quince centímetro­s, armas y fajos de billetes, y se sienten diosas exhibiendo una feminidad disparatad­a.

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ALBERTO ESTÉVEZ / EFE A la izquierda, Emma Coronel, esposa del Chapo, parece ya retocada, a pesar de su juventud
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. Anna Gabriel cuida su imagen: es la anti-Arrimadas, siempre tan burguesame­nte correcta

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