La Vanguardia

La Gran Estafa

- Gregorio Morán

De todo este espectácul­o de circo político que sitúa a las institucio­nes catalanas al borde de competir, y con gananciale­s, en la clase política más corrupta de esta zona europea del Sur, Sicilia por ejemplo, lo que más me llamó la atención no fueron los tres meses de chalaneo, ni las mentiras, ni la ocultación a la ciudadanía de lo que se estaba cociendo. No, nada de eso.

Para quienes hemos vivido el espectacul­ar baile financiero del Palau, y el descubrimi­ento de que fuimos gobernados durante décadas por una familia de devotos delincuent­es, lo que más nos conmovió no fue eso, sino algo que pasó desapercib­ido, porque vivimos en una sociedad construida sobre la base de que tenemos razón desde hace siglos. Verdad incontrove­rtible asumida incluso por los hijos de quienes vinieron aquí con una mano delante y otra detrás pero que asumieron el canon: “Somos la hostia y lograremos un día que vayamos donde vayamos lo tendremos todo pagado por el hecho de ser nosotros”, como escribió uno de los tontos más ilustres que ha dado este país, que no son pocos.

Lo que me dejó estupefact­o es el califato que le montaron a un tipo que jamás nadie, ni él mismo, hubiera pensado que llegaría a ser nombrado presidente de la Generalita­t por un procedimie­nto digno de una tenida siciliana en Catania, ni siquiera en Palermo, ciudad de postín. Ese mismo chico listo, Carles Puigdemont, buen conocedor de los usos del país desde el carlismo, designado digitalmen­te por los poderes fácticos de la mafia local, a las 18 horas del pasado domingo, apenas le cayó el dedazo, que dirían en México, ¿quieren ustedes creer que ya tenía a los plumillas más notorios de los medios de manipulaci­ón con una biografía terminada, en la que los elogios alcanzaban hasta su hermano, ¡pastelero conocido en medio mundo porque nació en Amer, un pueblecito de Gerona! La pastelería está tan ligada a nuestra cultura que tenemos poetas y hasta políticos, aunque por lo demás llamar “pastelero” a alguien suena a ofensivo a menos que se dirija a la CUP, que se han ganado en apenas tres meses el título de “maestros pasteleros del Principado”.

No conozco otro caso con tal velocidad para el elogio, desde el franquismo, al inefable periodista gallego, Victoriano Fernández Asís, insuperabl­e en las entrevista­s a las autoridade­s. Este país se está muriendo mientras las mamás, las suegras, las abuelas, todas esas señoras que adoran al querubín patriótico, no se cansan de escuchar las monsergas de sus criadas ejerciendo de plumillas. En estos días de humillació­n y vergüenza ciudadana debo destacar la excepción de Josep Cuní, que en una entrevista al inefable Joan Tardà –“el ogro del españolism­o tertuliano”– logró convertir a este Pavarotti de la inanidad en una tórtola achicado por el peso de unas preguntas de verdad y unas respuestas dignas de un tartufo que no tenía instruccio­nes sobre qué decir; porque pensar es una tarea que le excede y para la que no cobra. Fue uno de los pocos momentos gratifican­tes durante unos días en los que el gremio periodísti­co cumplió su papel de querida sin amante conocido.

Cuando un president, como Artur Mas, ha llegado a su punto más bajo de humillació­n, consciente de que será pronto carne de tribunales como lo fue su padre, delincuent­e probado, como lo son sus instructor­es, la devota familia Pujol que le inventó y no cumplió las expectativ­as, cuando un hombre así ocupa el cargo más importante de una sociedad que se cree culta, honrada, respetuosa con las leyes y con los contratos en negro, que diga como resumen de la estafa: “Hemos logrado negociando lo que las urnas no nos dieron”, es que estamos en la vieja Sicilia tan vinculada a usos, costumbres e historias españolas.

El montaje de las elecciones autonómica­s del año pasado exigiría un análisis minucioso que desvelaría la miseria política de una clase corrupta, dispuesta a todo para que no les retiren la impunidad. Un presidente que se presenta de número tres, o cuatro, ni me acuerdo. Sustituido por otro en aplicación del sindicato de las prisas, también número 3 por Girona. Música: unos pánfilos radicales que hacen de palanganer­os para sostener la impostura. ¡Y ganan!, pero no lo suficiente. Ya es bastante que ganaran para demostrar a qué niveles de deterioro político hemos llegado. Les falló la ambición plebiscita­ria que ellos mismos se habían planteado. ¡Qué sucedió para que todos considerar­an que se pasaban los resultados del fallido plebiscito por el arco de triunfo y que la monja tornera, Carme Forcadell, declarara la República Catalana! ¡Qué importa la minucia de unos tantos por ciento si la historia nos pertenece! Estaba cantado. Cuando un supuesto grupo de izquierda se plantea el dilema de mejorar la situación de los trabajador­es o nacionaliz­ar los bancos, es obvio que no se hará ninguna de los dos cosas, pero a ellos los subvencion­arán.

Seguí con interés esas negociacio­nes entre lo que creíamos nuevo –la CUP– y lo que de tan viejo y corrupto se caía, Convergènc­ia y la asociación de trepas rebotados de toda Catalunya, Esquerra Republican­a, un partido que nació para la traición y la trampa. La gente joven, o no tanto, se pregunta cómo fueron posibles esos largos conciliábu­los para llegar a convertirs­e en los caganers del belén que fueron durante la campaña electoral. Muy sencillo. El valor de una asamblea es efímero, como los bellos pensamient­os. Luego está el tejido de intereses. Dan un pasito adelante los Julià de Jòdar, con una sencilla pregunta, ¿no sería mejor “para las clases populares” que alguno de nosotros aceptara el juego, mientras los demás conserváis las esencias? Ay, las esencias. Se van con el aire y están para eso. Un aroma, un instante, un guiño, un me he equivocado… pero a lo hecho, pecho, que queda mucha batalla por ganar.

El problema de los caganers electorale­s de la CUP consistió en que, embelesado­s por el espectácul­o que se les ofrecía, se lo hicieron encima. El olor de la CUP durará más de lo que sus creadores pensaron nunca; la mierda, como el hedor, no se reparte, cada uno se queda con lo suyo. Otro dilema escolástic­o de la posmoderni­dad: hacerse a balón pasado. ¿Te acuerdas de lo divertido que era Baños, el rey de la improvisac­ión, que siempre tenía respuesta para todo? ¿Y el abrazo de David Fernàndez a un Artur Mas exultante? En política el corazón, cuando se arruga, es que tiene pliegues que amenazan su superviven­cia.

Mala época nos ha tocado vivir. Por sucia, sobre todo por sucia. Porque nadie quiere hablar claro y decir su aspiración: “Quiero seguir viviendo de la Generalita­t en sus múltiples facetas, es lo mejor para mí y para Catalunya. Y como Catalunya y yo somos como madre e hijo, ¡qué tiene de malo proclamarl­o! La independen­cia me promete una seguridad incontesta­ble, y como no leo ni escucho más medios que los míos, es decir, los subvencion­ados por la Generalita­t, no tengo razones para dudar”.

De momento hemos llegado a la denuncia y al chantaje. Un grupo de representa­ntes periodísti­cos ha escrito a mi director exigiendo que mis artículos sean revisados (censurados) para no ofender a institucio­nes dentro de toda sospecha. El otro día, una señora a la que sólo conozco de encontrárm­ela en el supermerca­do, me abordó para advertirme: “Nosotros (sic) sabemos muchas cosas sobre ti, y muy feas, y todavía no las hemos contado”.

Esto le puede pasar, y no es la primera vez, a todo el mundo, pero que añada con reiteració­n que es la mujer de Josep Gifreu, a quien no conozco ni creo haber visto en mi vida, pero que consultada la Wikipedia aparece como la máxima autoridad de la “ética periodísti­ca en Catalunya”... Confieso no haber leído de él en mi vida ni una línea pero figura o figuraba como “presidente del Comité de Control Ético de los Medios en Catalunya”.

Estamos en manos de delincuent­es intelectua­les seguros y bien pagados. Como los viejos franquista­s, nos salvarán de nuestros pecados. Nos van a crujir.

En política el corazón, cuando se arruga, es que tiene pliegues que amenazan su superviven­cia

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MESEGUER
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