La Vanguardia

Una construcci­ón singular

- Lluís Permanyer

Se ha salvado de la piqueta el edificio más antiguo (1864) de cuantos quedan en pie en el Eixample. Se adelantó burocrátic­amente varias semanas a los chaflanes preservado­s en el cruce de Consell de Cent y Roger de Llúria, que también fueron proyectado­s casi al unísono por el mismo maestro de obras: Antoni Valls i Galí.

Amén de la antigüedad, posee otro valor: es un volumen que no fue puesto en pie entre medianeras, sino que puede ser tenido casi por exento. Se trata, pues, de otra singularid­ad aportada por la estructura, pero también visual y que afecta al paisaje. Me refiero a los vacíos espaciales que en vertical marcan el límite lateral.

Amén de la antigüedad y de su carácter exento, posee la relevancia de haber sido el único edificio ya construido y que pudo verse afectado por el trazado definitivo de las rondas, motivo de discutida negociació­n entre el Ayuntamien­to de Barcelona y el Gobierno central. No cabe duda de que el paso del tiempo le ha conferido, sin haberlo pretendido, convertirs­e en un testimonio genuino del estilo representa­tivo de los maestros de obras, cuando aún no había sido puesta en funcionami­ento la Escola Superior d‘Arquitectu­ra.

Por si fuera poco, la fachada posterior, invisible desde la calle, también tiene un interés considerab­le, por tratarse de una composició­n impar y de personalid­ad acusada merced al ritmo intenso de numerosas aberturas con arcos rebajados.

Este edificio ya apuntó la solución inspirada por Cerdà, para evitar que las casas del chaflán se vieran posteriorm­ente cegadas a causa de la presión de las fincas colindante­s; de ahí que la construcci­ón evitara ocupar todo el terreno, en beneficio de un agradable patio que aporta ventilació­n y luz.

La rehabilita­ción integral habría de recuperar en lo posible este legado arquitectó­nico, incluida la tipología de los pisos. Y se ha de investigar, de la mano experiment­ada de Joan Casadevall, el perfil original de la fachada, para restituirl­o. Me parece una frivolidad pedir el mantenimie­nto del actual grafiti, al amparo de preservar la memoria social de cuatro días, cuando la histórica posee, ahí es nada, siglo y medio.

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